lunes, 7 de septiembre de 2015

TODOS QUISIERAMOS CAMBIAR LAS COSAS

¿SE TERMINA LA SOCIEDAD CIVIL?





No es bueno abrir heridas tan profundas, ni tan dolorosas, ni meramente olvidadas, pues los rencores, los dolores, los sufrimientos y tanta perdida social, cultural y civil, nos compromete sentimentalmente con la historia, la misma historia que algunos quieren cambiar con comportamientos oscuros e infidelidades frente al pueblo. Durante los años de la dictadura, se habían perdido casi todos los valores que daban un fundamento sólido a un vivir y que existían hasta ese tiempo; el amor a la patria, el sentido cívico, el espíritu de sacrificio y el impulso heroico, el orgullo y el sentido del honor. Sin mencionar el deterioro de la inteligencia evolutiva y participativa de los que dan vida a una sociedad.

Hoy, las situaciones tienen claras señales de confrontación ideológicas y que solo tienden a la confusión y al alejamiento de la opinión de pública hacia los políticos, lo cual hace que se pierda el papel de responsabilidad delegada hacia ellos. Es una verdad irrefutable de que sería preferible vivir en un mundo pacífico y leal, pero las pasiones naturales no lo permiten y quien cumple un análisis equivocado de las fuerzas reales, de los comportamientos y de las leyes está destinado a desplomarse.

El valor de las personas está determinado por su acción cívica y política. Por su opinión y participación y no es dable considerar una persona ajena a los acontecimientos de una sociedad que se ve polarizada por un cuerpo que ejerce la mayoría de las opiniones. Se necesitan los cambios, son una constante en las sociedades que se modernizan bajo la mano del estado y de los gobiernos que interpretan a la mayoría y, cuando se habla de mayoría, nos referimos al pueblo, al que muchas veces, demasiadas diría yo, es inconsulto y es una exigencia imperiosa para regenerar y renovar la vida política, pero este debe imitar el comportamiento de los grandes hombres contemporáneos y del pasado.

El político no debe ser guiado por etéreas doctrinas teóricas, sino por la aguda conciencia y el sentido de la historia, pasada y contemporánea. Así podría tener una buena ocasión para efectuar un cambio. La política no puede ser separada del valor que significa actuar de manera libre y consciente, esto es de la virtud civil.

El hombre está constituido por un manojo de potencialidades, que se actúan en la historia. Es un ser frágil que necesita asegurarse de todo, especialmente cuando los tiempos tienen una dura configuración. Debería tener la capacidad de cambiar, pero sigue apegado a sus hábitos y sus comportamientos.

Mi nieto a la espera de una nueva sociedad.
Los hombres han sido iguales a sí mismo y, en su comportamiento, no conocen otro bien que la utilidad privada. Pero sobre todo, y así está descrito en el comportamiento civil, deberían abstenerse de las pertenencias de los otros, por que los hombres olvidan más rápido la muerte de padre que la pérdida del patrimonio. De esto se podrían dar infinitos ejemplos y mostrar cuantas paces, cuantas promesas han sido hechas ineficaces y vanas por la infidelidad de aquellos que  ostentan banderas partidistas y se vanaglorian ser representantes de la masa votante. Sin duda alguna, y podrían encontrar una serie de excusas, datos estadísticos, cuadros sinópticos, ejemplos de personeros emblemáticos, datos históricos del pasado y del presente, pero seremos más virtuosos si somos capaces de reconocer nuestra caída y darnos el tiempo para ejercer el cambio. Esto es placebo. Cómoda holgazanería social. Parasitismo social. Esto es el desgaste: al principio puede curarse fácilmente, pero es difícil de reconocer; después es difícil de curar.

Somos cristianos por anastomosis y acudimos a su cívica utilidad solo por conveniencia. La llegada del cristianismo ha desarrollado una función negativa en la historia, por que ha hecho a los hombres menos viriles, induciéndolos a la mansedumbre, a la resignación, a la
desvalorización del mundo y de la vida terrena. Quizá deberíamos reconocer una mención al respecto, “la religión nos adormece, es el opio de los pueblos”. Aunque sí cumple una función importante, que es la de mantener la unidad del pueblo en el nombre de una fe única.

Los seres humanos están acostumbrados a conducirse de una cierta manera y son renuentes en abandonar su modo de ser. (Somos un pueblo de mala memoria) Así ocurre que mientras los tiempos varían impetuosamente, el hombre no está en condiciones de cambiar a sí mismo. Verdadero o falso, este artículo quiere dejar en claro que los tiempos de los grandes políticos, han llegado a su fin y con ello, el fin de la sociedad cívica por excelencia.