jueves, 4 de junio de 2015

Las Totoras de la laguna Torca


LAGUNA TORCA. COSTA DE CURICÓ. LLICO. 
SÉPTIMA REGIÓN

A través de las totoras se divisan los cisnes de cuello negro

La totora lava sus pies en la laguna Torca




Como una cama verde que refugia a cientos de cisnes de cuello negro, pataguas, coipos, hualas, patos y taguas, la totora se convierte en una cortina vegetal donde hacen su teatral presentación en las quietas aguas de la laguna Torca. Viviendo a orillas de este hermoso paisaje, pude apreciar el valor y la importancia de esta planta acuática que forma un verdadero murallón entre las aguas y la falda de los cerros que sufren todo el día por beber de sus aguas agitadas por el volar de los cisnes y asombrados por los vivos matices de su diminuto pájaro siete colores.                                                                       
Sus múltiples usos, fueron dando forma una estera para evitar la humedad de las camas acogedoras de la Mamá Elena. En las manos de mi viejo "papá Rosas" la totora se convertía amablemente en un separador de ambiente de los animales.  La agilidad de brazos de sus hijos; Rodrigo, Osvaldo, Patricio, Jorge e Iván, daban forma a un improvisado techado de una ramada para capear la lluvia de invierno. Mientras las damas en la cocina preparan suculentos platos a disfrutar en una mesa larga y vieja. Mamá Elena, va llenando platos hasta borrar sus lineas decorativas. La nena dibuja la mesa con panes y aromas de comida caliente. La jani prepara una mesa chica para los más pequeños. Su presencia y abundancia permitía solventar algunas situaciones económicas a la familia. Adoptado durante esos años por amor mutuo, compartimos labores en los maduros trigales, en arreos de ovejas, esquila y carneado de chanchos enormes que inquietaron a los pinos con sus acordes doloridos. La torora, al igual que los batros, se mecen con la brisa fresca como si fueran elegantes bailarinas, mientras las aves adornan la superficie acuosa como lunares vivientes en la piel húmeda de la tierra.                                                                                                                     
Como un homenaje a quien se quedó con parte de mis alegrías, les menciono en este poema, lo que la totora provoca en mi.



LA TOTORA



Es un marco verde
el que retiene las aguas
de la laguna Torca.
Un marco irregular
que ondea por la puntilla
y se escabulle por la ladera norte.
A veces se muestra delgada
y pegada al cerro, 
otras, una sábana
que cubre el sector de los pinos,
vigilantes de los cisnes
que anidan en su interior.
Miles de finos cuerpos vegetales
se levantan del fondo del agua,
para indicarnos el cielo
por donde se dibujan los cisnes
de cuello negro.
Entre los tallos
con sus crespones y semilleros,
se equilibra el menudo cuerpo
del avecilla de siete colores.
La totora es orgullosa de su estatura
y de su cuerpo triangular.
Mantiene su suavidad tan fresca
como la brisa que viene del mar.
La totora es ancestral.
Fue el cuerpo de una nave de aventuras
y expediciones de nativos,
en busca de tierras y horizontes.
También fue el techo improvisado
ante las lluvias que arrecían
en la costa de nuestra Zona Central.
Calentó mi cuerpo como estera
en noches frías de invierno,
bajo el camastro bondadoso
de la familia Gamboa.
La totora es nido de aves y mamíferos.
Las bestias remojan sus patas
después del trabajo y los coipos,
juegan a las escondidas
bajo el colchón húmedo de batros y totora.
Ella baila una melodía del viento
mientras la tela acuosa de la laguna,
hace miles de ondas
festejando la gracia de la totora.