martes, 2 de febrero de 2021

LA AUSENCIA DE MI PADRE


Han pasado los años por mis huesos, por mi piel y hasta por mis palabras. Presintiendo la ausencia de la vital energía que te moviliza, vienen a mi las personas convertidas en fantasmas, como luces mitigadas por la oscuridad. Pero, están por ahí. A veces, en los gestos de tus hijos, en los ojos de los nietos y hasta en otros rostros que vagan entre las bocinas de los millares de automóviles. 

Tal vez, ese decir de la gente, que los ancianos se vuelven niños, sea verdad. Tal vez esa niñez, nos encamine a reconocer esas lecciones de los padres, esas palabras borrosas, esas sonrisas ajenas, esa mirada sin horizonte que muchas veces percibimos en los viejos, se haya quedado en nuestra piel y no nos dimos cuenta hasta hoy. Tal vez esta etapa, nos lleve sin querer a nuestro origen y nos encamine a un río energético de una galaxia que desconocemos.

Aquellos, que no conocieron a sus padres, se podrán reflejar en sus hijos. Tal vez el paisajes les rememore cosas, tal vez un sonido, una lectura, les habrá el alma y viajen sin querer en la línea de los sentimientos y evoquen, con ternura aquellas almas ya idas. Tus padres. Mis padres.

Lo que seas, lo que esperas, lo que anhelas, lo que amas, sin duda también lo hicieron ellos, pues solo eres, la extensión de su corporalidad. A veces, nos quejamos de la ausencia de los padres. A decir verdad, ellos siempre están, agitándose entre los árboles, en la cima de las olas, en las gotas de lluvia, en la brisa fresca, en la alegría infantil, en el caminar de aquí, hasta la casa de tu amada. Debemos vivir con ellos, cada segundo de nuestras vidas. Yo, al menos, es lo que haré, a partir de ahora.


PARA LLORARTE A SOLAS


Inclinado como los sauces  

se mueve entre el lento pasar de los años. 
Con una mirada turbia de aluviones de julio,
se cruza con las palomas 
antes de reconocer el cielo.
La claridad vidriosa de los ventanales 
que se levantan en la ciudad, 
es la mágica ilusión que los encierra 
a los bancos de la esquina.

Mi viejo, cercano a las estrellas, 
no tuvo tiempo para entregarme sus palabras 
y las esparció al viento para que una vez cansadas 
se refugien en la tierra y desde allí, 
escarbando entre charcos de penas y alegrías, 
segarlas, como a las espigas maduras.

Aquel viejo amarrado a los toneles, 
era un libro en que yo leía la palabra tierna, 
y los suaves ademanes en la raja de las tablas. 
Tan grande su figura, que se dormía a los pies de los canales,  
bebía como los colibríes, de la copa de los árboles. 
Mi viejo de pocas letras, en su mirada moribunda, 
entregó su alma de poeta.

Como una reverencia a su santa muerte, 
bebo el contenido de los toneles 
y errante por los caminos pueblerinos, 
busco la huella de las tierras pobres, 
de los mostos salobres, de los viejos 
y sus ademanes encantadores.
Aún en la lluvia me llora su pequeño río 
y los aromas de los sauces que dejó en su partida.

En compañía de los oscuros pinos
y de las negras rocas, 
me oculto para llorarte a solas.

Mi viejo de cansada enfermedad, 
bajó los párpados para matar 
el dolor a sus cansados huesos. 
Una tarde del mes de abril, 
partió sin decir palabra, 
pero sé, lo que quiso decir 
al mantener mi mano tomada.