viernes, 20 de abril de 2018

LO QUE SE SIEMBRA...ES NUESTRA COSECHA


LAS MIESES



Con frecuencia nos referimos a los legados de generaciones antes y posteriores sin considerar, el cuanto de nosotros aportamos a los beneficios o perjuicios a tales generaciones o a tales legados. En épocas anteriores las costumbres se trasmitían de generación en generación, por siglos, por milenios. De una o de otra manera se construyeron grandes civilizaciones que todavía veneramos y vamos descubriendo en su conocimiento, virtudes, aciertos y con ello cimentamos una idea local.
Es decir, creamos patrones de conducta o comportamiento general. Muchos conceptos hoy, manejados en pro de la buena salud, cuidado de la naturaleza, desarrollo técnico, aprovechamiento de los recursos naturales, no son tan desconocidos para las diversas metrópolis antiguas. Algunos dirán y con grandes razones que al final, estas civilizaciones sucumbieron por su propia negligencia afianzados a sus costumbres, tradiciones religiosas, métodos o políticas de administración. Y que el hombre, paulatinamente y sostenidamente, ha ido progresando en ámbitos desconocidos para muchos. Detallar avances, seria innecesario, pero sí podemos considerar la materialidad de las cosas y la práctica de tales cosas. Sería indigno mencionar un paralelo cultural o educacional. Lo que sí se puede establecer es la naturalidad de los acontecimientos debido a la intervención del hombre, la precipitación de ciertas catástrofes, los ciclos de reproducción y renovación de los elementos. La cantidad de recursos desperdiciados en pos de la elaboración de otros. Allí no hay cuestionamientos.
Las grandes civilizaciones se desarrollaron, se establecieron y perduraron por su capacidad de aprovechar de la mejor forma posible, los recursos naturales; agua fluvial y aguas pluviales. Maderas, semillas, cortezas, fibras vegetales, productos de orígenes animales muy variados y elaborados para sus usos cotidianos, tanto domésticos como de actividades generales. La medicina y la ciencia, la religión y lo profano tenían una gran dimensión y todos se regían por las políticas administrativas.
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Existen legados en todos los ámbitos. Sin embargo, nuestras generaciones jóvenes están recogiendo las mieses de nuestro legado. Nuestra conducta desinhibida, sin compromiso social, nuestro lenguaje descuidado, nuestra postura con la vida, con el ambiente, con los recursos, con el espacio, con nuestros hijos y por sobre todo, nuestra fría relación con la familia ha afectado la toma de razón de nuestras generaciones. Su actuar frente a lo cotidiano está lejos de nuestro entendimiento o por lo menos reñido con nuestros patrones conductuales. Lejos están los gestos amables, las palabras cordiales, el coger los papeles y ponerlos en sus tachos correspondientes. Dar los asientos a los ancianos, proteger al desvalido, cuidar el prójimo, velar por nuestro entorno, etc.
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Los adultos no nos damos cuenta de lo que hemos sembrado y lo que nuestros hijos están cosechando. Recogiendo las mieses. No es un llamado a la conciencia. No es un aviso a la cordura. No es un grito desesperado. Simplemente es una visión desde la altura de mi edad. Los ancianos y los menores de edad, no asimilamos esta conducta de los jóvenes con la rapidez necesaria para dar una respuesta adecuada a sus requerimientos. No hay cánones similares entre una y otra generación, simplemente no hay hilos de entendimiento entre uno y otro. Alguien camina a la deriva en este mundo tan exigente; tal vez los menores por la influencia de las redes sociales y actitud responsable  de los padres de cumplir con su trabajo personal. Probablemente los jóvenes que demandan sus propias prebendas sociales, su libertad de actuar, su música desenfrenada, su falta de temor a la muerte, su lenguaje y actitud frente a los demás, su visión social, su falta de identificación familiar. Los viejos que viven su abandono y que deambulan entre la incomprensión de los jóvenes y la asistencia de las entidades responsables. La vida parece próspera. Pero no es una verdad absoluta. Muchos sufrimos por la desvergüenza de la forma en que se muestran las relaciones entre parejas. La intimidad es cosa del pasado, cosa de viejos. El amor es solo una carrera, una competencia, un absurdo, un sentimentalismo barato, que no se da en las nuevas generaciones. ¿Cuál sería la solución? ……… Corregir. Siempre corregir. En todo lugar corregir. A cada minuto corregir. En todas las situaciones corregir. Corregir, corregir, siempre corregir.
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¿ES LA CREACIÓN, FUENTE DE BELLEZA?


LA CREACION

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La creación es la limitación a las voluntades de expresión, siendo ella, la creación, una profunda inspiración abstracta de los sentimientos que profesa el ser humano frente a los colores, olores y estímulos que tocan nuestro ser. La creación máxima, la iluminación divina, el equilibrio en la espacialidad y la temporalidad de las minúsculas expresiones vivas, se refleja en la naturaleza provista de mezquindad e idolatría.

Las expresiones a la voluntad, son el reflejo de nuestra necesidad más íntima como seres carentes de la perfección. De tales quereres, asoman las artes, los dramas, la vida naciente y muerte. Así, el dolor y la miseria se transforman en elementos básicos y necesarios de los humanos. Asociamos estas laceraciones espirituales con la misma facilidad que aceptamos el horror, la felicidad, la fe. Nuestra humanidad no está ligada a los mundos que circundan nuestra esfera. Somos extraños, orgánicos, sentimentalistas, emocionales y descontrolados. Tenemos una mirada caótica de las relaciones inter específicas, una definición por la muerte y una relatividad por la vida.


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La creación no es tributaria de los genios o de los talentosos, ellos solo facilitan las expresiones de nuestras manos, de nuestra mente que escarba entre los recovecos de la inmunda emocionalidad. También existe riqueza inmensa entre el vulgo, que con inusual ternura se entrelaza con las bestias del campo, con las aves en su nidal, con las hojas de los almendros y con las vetas de la madera que le sonríe desde el monte azulado. La naturaleza del hombre simple, es la máxima expresión de la creación y del equilibrio que sostiene el universo. No necesitamos pinceles, tenemos las manos. No necesitamos las telas, tenemos nuestros hijos que reflejan los sueños en sus inquietudes. No necesitamos palabras o escritos, está el canto de los plumíferos y las ondas insinuantes de claras aguas que bajan, destrozándose el cuerpo, hasta la sal de los océanos.

Los sublimes esfuerzos por detallar y desmenuzar las obras de expresión humana en cualquier rama de las artes, son simples quejas dolorosas del cuerpo y de la mente. Las emociones se deslizan por la tela como pasos que nos llevan a encontrarnos a nosotros mismos. Somos eso, lo que está representado como sonido, como letras, como imágenes. Eso somos. La expresión máxima del Verbo divino. Ninguna creación bajo los cielos, que comparta el espacio de la estrellas, es privativa de la condición humana. Todas sin excepción, por máximas que estas sean, son los atributos con los cuales nos enviaron a la tierra. Atributos generados por la magnificencia del creador, para nuestro regocijo, para engrandecer y dar loas, para recordarnos por siempre y en todas partes, que somos hijos del creador omnipotente.


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Entonces ¿Qué nos hace tan diferentes a la belleza?