A JOSÉ ROSAS GAMBOA
Así como los paisajes o tal vez algunas aves, son imágenes gratas, saludables y recurrentes, son también las personas. Mi padre por ejemplo, fue un viejo bueno, pero se me fue demasiado pronto y solo me quedó su recuerdo. Otros casos han sido más perdurables, quizás debido a la ausencia del que se fue aquejado por la enfermedad irreversible, me sentí acogido y protegido, aún en la ausencia de las palabras. Este viejo, extendió sus brazos llenos de hijos para acoger a uno más en sus extensas y secas tierras. Disfruté de cada hierba y de cada gota de agua de su humilde casa. Hoy, la gratitud se dibuja en letras, pues papá Rosas, José Rosas Gamboa, también se llevó mi aprecio como un verdadero padre, cuando le decía a mamá Elena, que la familia Gamboa, había crecido.
Liaba sus tabacos con la destreza de
un anciano,
luego entre mate amargo y sonar de
alas,
las manos cálidas de una madre de
ojos canos,
sonríe en la quietud de brasas de
leños secos.
Envía un aroma azulado al techo de su
pieza.
Sus labios envuelven el papel delgado
mientras,
palabras se esparcen entre el olor a
tabaco,
y la penumbra de las velas.
Sus ojos cansados se posan en sus
pies,
reciben el calor oscuro de la tierra.
Su espalda muestra los esfuerzos de
los años,
sus manos nudosas han perdido la
carne,
sus huesos salen a la frontera
corporal
y el humo de camino al cielo.
El fuego sonríe con su garganta
abierta de rojo sangre,
la vela muestra su terror a extinguirse
y llora en silencio su cálida
esperma.
El brasero esconde sus patas, la
silla seca sus batros,
los ventanales se abren al bosque de
pinares y molles.
La noche calla.
Papá alza su tabaco con la lentitud
de un verso
y como una página escrita muestra su
rostro
complacido y quieto.
Descubro en sus canas los te quiero,
en su pecho los abrazos y en sus
dedos
los tejidos de Elena.
En la humildad, las paredes huelen a paja
seca,
en los ojos de los hijos, florece el
orgullo con olor a rosas.
Laguna torca. Llico |
Mi pecho es una laguna, la tierra es
una cuna abierta donde descansa papá Rosas.
Nuestro tiempo terminó.
Perdí tus huellas en los cerros ocres
y entre la sombra de los pinos.
Quizás las olas de la Caleta Llico
alberguen su espíritu
o pasee errante entre tantos caminos.
Tal vez entre los arenales, en las
dunas costeras sea
la brisa fresca, la niebla secreta,
el afluente de agua dulce.
Tal vez nos mire desde lejos,
en el lucero que aparece en la cima
del monte.
A veces pienso que nos vigila
en ese cisne de cuello negro,
otras que nos acaricia en cuerpo de
brisa,
allí, en la puntilla.
Cuando alargo mis manos al batro, al
trigo,
al almendro y a los brazos
familiares,
siento que te tengo, como antes,
caminando juntos al cerro, oliendo
tus cigarros,
escuchando tus cuentos.
Papá Rosas está en el aire,
como
canto de gorriones,
como el vuelo de los jotes.
Está en La Punta el Barco,
en
Culenmapu, en Aquelarre,
en Torca y su Quirihua.
He perdido su presencia de campo y
agricultura,
de peces y taguas.
He perdido sus palabras toscas sus
caricias
escasas y torpes.
Ahora los caminos se
visten de sombras inconclusas, las copas
de los árboles están lejanas y vacías.
Los molles resecos, quebradizos.
Las aguas dejaron las quebradas
y la piedra tosca brilla en la
desnudes del cerro.
Ayer escuché el cantar de la huala
y en su cuello largo se quedaron
versos trunco,
y el siete colores entre los juncos,
rebotaba como un eco nostálgico y
sereno.
Era una mañana triste
sin el canto de la perdiz, sin el grito de mi viejo arriero.
Ayer buscando entre las palabras
junto a la mujer que me ha dado tantas cosas,
me entregó el recuerdo de papá
Rosas.
José Rosas Gamboa. Papá Rosas. |
Mi viejo tan
querido,
siempre cabecera de
mesa,
quiso alejar las
tristezas madurando los trigales,
esquilando las ovejas,
desmenuzando la
tierra.
Te alejaste midiendo
los silencios
como el añoso ciprés
que descansando en tu ventana,
fue testigo de tu
amor a Elena.
Nadie quedó ajeno al
dolor de tu retiro
y nadie quiso llorar
hasta que se pusiera el sol.
Allí donde anidó la
luna,
varios pechos apretados liberaron quejidos
que pronto se perdieron en las
sombras
como el jergón o el colibrí.
Hoy, las riveras en
Torca,
están colmadas de sentimientos,
de figuras difusas que se multiplican
con cada gota de rocío,
vuelan entre sol y luna,
como los cisnes que pierden
sus cabezas
en la busca del sustento hundido en la laguna.
Así quedó el arado,
enterrado para siempre en lo secano de tu espacio
y así quedó mi pecho,
abierto
para recibirte de nuevo,
cuando llegue a tu huerto con olor a rosas.