LA USURPACIÓN DEL TIEMPO

Medir el tiempo se ha convertido en un
problema de actualidad en nuestra sociedad. El frenesí con el cual nos
desplazamos por espacios relativamente cortos y la ambigüedad con la que nos
referimos al paso de las horas, del día, los meses y los años cuando se
menciona la ejecución de algunas de las actividades con las cuales nos convertimos
en personas laborales. Un reloj pulsera, hoy cumple la función de advertirnos
lo tarde que estamos para llegar a una cita en cualquier lugar. Así mismo, nos
reprocha la cantidad de tiempo que se emplea en la realización de una de esas
labores. Pareciera que todas estas situaciones las podemos obviar con un
apresurado “te llamo, te pincho, te mando un whatsap, te tweiteo”, y con cierta
probabilidad el lugar donde estemos, se convierta en un lugar vacío, un espacio
con cero conectividad humana. Es decir, nuestro entorno, ha perdido la
fragancia, como aquel gran filósofo que quiso retratar la carencia de una vida
contemplativa.
Cada cierto tiempo me vuelvo arcilla y, el viento me lleva por entre los cerros y las laderas donde se cimbran los robles. Desde la tierra, respiro paisajes y desde las alturas, los colores.
Perdido en el perfume de las flores, refresco la memoria en cristales de agua que se deshacen en la piel de tus manos, y con ellas, húmedas me lavas el tiempo para comenzar de nuevo, día tras día, para quererte de nuevo.
Vuelvo tan pronto como puedo a contemplar tu menuda figura y allí esta todo lo que te forma de nuevo. El aroma del tiempo, la fragancia de la contemplación con esos ojos con la cual describimos la belleza de prolongar la vida, en el tiempo de los otros. A aquellos a los cuales les dimos vida.
La civilización actual carece sobre
todo, de una vida contemplativa. De vivir para el disfrute para una realización
conceptual de belleza y emoción. Nuestro tiempo vital o la duración de nuestra
vida coincide por completo con nuestro tiempo laboral. Bajo estos síntomas
sociales, nuestra civilización, nuestra vida se vuelve completamente fugaz y
transitoria. El tiempo carece de ritmo que transcienda en orden y equilibrio,
carece de una narración que cree sentido. El tiempo se ha totalizado. La vida
se conversa, se disfruta con el otro interno, se establecen lazos al trasmitir
nuestras vivencias. El tiempo se desintegra por una nueva sucesión de presentes
puntuales. Los fines se han postergado, esperamos de forma angustiosa el
capítulo siguiente del desarrollo de nuestra vida.
Aquellas funciones que maltratan
nuestro cuerpo en el trascurso de nuestro tiempo en la tierra, se traducen en
trabajo frenético y carente de todo estímulo oral o contemplativo. Más de la
mitad de nuestro tiempo es para cumplir una función laboral y la sola mención
de un acontecimiento mundano interfiere nuestra comunicación narrativa, nuestro
presente puntal.
Cerramos nuestros ojos y el alma misma a la contemplación del paso de nuestra vida que se funde con otras vidas, tan desprovistas de la sensibilidad como la piel de las rocas.
Pusimos cerraduras metálicas a las puertas del corazón y temblamos como hojas secas cuando perdemos la comunicación, en una red social que nos consume tan silente como la desazón.
Las redes sociales, la tecnología en si
misma nos reprime nuestras ganas de estar a solas. A nuestras vidas se suman
cada día más cosas que duran menos y con su duración, hacen poco tangible el
tiempo, pues no dan estabilidad a nuestras vidas. Al parecer, nuestra sociedad
tan desarrollada, tan tecnológica, tan carente de emociones, tan fría y despersonalizada,
nos ha usurpado el tiempo.
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