sábado, 9 de marzo de 2019

SERÍA BUENO.....


LA USURPACIÓN DEL TIEMPO




Sería un buen ejercicio de sana espiritualidad, encadenar los hábitos que reprimen nuestra cordialidad, nuestra capacidad de percibir los aromas del tiempo y la fragancia que escapa tan alegre de las flores. Volver a manipular objetos sencillos para el disfrute de nuestros niños, volver a tomar al viejo de su débil brazo para sentir su compañía y su frase sabia ancestral. Derramar emociones donde la piel se hizo costra, donde la sonrisa se hizo pétrea. Sería bueno, volver a vivir el tiempo.

Medir el tiempo se ha convertido en un problema de actualidad en nuestra sociedad. El frenesí con el cual nos desplazamos por espacios relativamente cortos y la ambigüedad con la que nos referimos al paso de las horas, del día, los meses y los años cuando se menciona la ejecución de algunas de las actividades con las cuales nos convertimos en personas laborales. Un reloj pulsera, hoy cumple la función de advertirnos lo tarde que estamos para llegar a una cita en cualquier lugar. Así mismo, nos reprocha la cantidad de tiempo que se emplea en la realización de una de esas labores. Pareciera que todas estas situaciones las podemos obviar con un apresurado “te llamo, te pincho, te mando un whatsap, te tweiteo”, y con cierta probabilidad el lugar donde estemos, se convierta en un lugar vacío, un espacio con cero conectividad humana. Es decir, nuestro entorno, ha perdido la fragancia, como aquel gran filósofo que quiso retratar la carencia de una vida contemplativa.


Cada cierto tiempo me vuelvo arcilla y, el viento me lleva por entre los cerros y las laderas donde se cimbran los robles. Desde la tierra, respiro paisajes y desde las alturas, los colores.
Perdido en el perfume de las flores, refresco la memoria en cristales de agua que se deshacen en la piel de tus manos, y con ellas, húmedas me lavas el tiempo para comenzar de nuevo, día tras día, para quererte de nuevo.
Vuelvo tan pronto como puedo a contemplar tu menuda figura y allí esta todo lo que te forma de nuevo. El aroma del tiempo, la fragancia de la contemplación con esos ojos con la cual describimos la belleza de prolongar la vida, en el tiempo de los otros. A aquellos a los cuales les dimos vida.




La civilización actual carece sobre todo, de una vida contemplativa. De vivir para el disfrute para una realización conceptual de belleza y emoción. Nuestro tiempo vital o la duración de nuestra vida coincide por completo con nuestro tiempo laboral. Bajo estos síntomas sociales, nuestra civilización, nuestra vida se vuelve completamente fugaz y transitoria. El tiempo carece de ritmo que transcienda en orden y equilibrio, carece de una narración que cree sentido. El tiempo se ha totalizado. La vida se conversa, se disfruta con el otro interno, se establecen lazos al trasmitir nuestras vivencias. El tiempo se desintegra por una nueva sucesión de presentes puntuales. Los fines se han postergado, esperamos de forma angustiosa el capítulo siguiente del desarrollo de nuestra vida.

Aquellas funciones que maltratan nuestro cuerpo en el trascurso de nuestro tiempo en la tierra, se traducen en trabajo frenético y carente de todo estímulo oral o contemplativo. Más de la mitad de nuestro tiempo es para cumplir una función laboral y la sola mención de un acontecimiento mundano interfiere nuestra comunicación narrativa, nuestro presente puntal.


Cerramos nuestros ojos y el alma misma a la contemplación del paso de nuestra vida que se funde con otras vidas, tan desprovistas de la sensibilidad como la piel de las rocas.
Pusimos cerraduras metálicas a las puertas del corazón y temblamos como hojas secas cuando perdemos la comunicación, en una red social que nos consume tan silente como la desazón.



Las redes sociales, la tecnología en si misma nos reprime nuestras ganas de estar a solas. A nuestras vidas se suman cada día más cosas que duran menos y con su duración, hacen poco tangible el tiempo, pues no dan estabilidad a nuestras vidas. Al parecer, nuestra sociedad tan desarrollada, tan tecnológica, tan carente de emociones, tan fría y despersonalizada, nos ha usurpado el tiempo.




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