Han pasado los años por mis huesos, por mi piel y hasta por mis palabras. Presintiendo la ausencia de la vital energía que te moviliza, vienen a mi las personas convertidas en fantasmas, como luces mitigadas por la oscuridad. Pero, están por ahí. A veces, en los gestos de tus hijos, en los ojos de los nietos y hasta en otros rostros que vagan entre las bocinas de los millares de automóviles.
Tal vez, ese decir de la gente, que los ancianos se vuelven niños, sea verdad. Tal vez esa niñez, nos encamine a reconocer esas lecciones de los padres, esas palabras borrosas, esas sonrisas ajenas, esa mirada sin horizonte que muchas veces percibimos en los viejos, se haya quedado en nuestra piel y no nos dimos cuenta hasta hoy. Tal vez esta etapa, nos lleve sin querer a nuestro origen y nos encamine a un río energético de una galaxia que desconocemos.
Aquellos, que no conocieron a sus padres, se podrán reflejar en sus hijos. Tal vez el paisajes les rememore cosas, tal vez un sonido, una lectura, les habrá el alma y viajen sin querer en la línea de los sentimientos y evoquen, con ternura aquellas almas ya idas. Tus padres. Mis padres.
Lo que seas, lo que esperas, lo que anhelas, lo que amas, sin duda también lo hicieron ellos, pues solo eres, la extensión de su corporalidad. A veces, nos quejamos de la ausencia de los padres. A decir verdad, ellos siempre están, agitándose entre los árboles, en la cima de las olas, en las gotas de lluvia, en la brisa fresca, en la alegría infantil, en el caminar de aquí, hasta la casa de tu amada. Debemos vivir con ellos, cada segundo de nuestras vidas. Yo, al menos, es lo que haré, a partir de ahora.
PARA LLORARTE A SOLAS
Inclinado como los sauces
se cruza con las palomas
antes de reconocer el cielo.
La claridad vidriosa de los ventanales
es la mágica ilusión que los encierra
a los bancos de la esquina.
Mi viejo, cercano a las estrellas,
no tuvo tiempo para entregarme sus palabras
y las esparció al viento para que una vez cansadas
escarbando entre charcos de penas y alegrías,
segarlas, como a las espigas maduras.
Aquel viejo amarrado a los toneles,
era un libro en que yo leía la palabra tierna,
y los suaves ademanes en la raja de las tablas.
Tan grande su figura, que se dormía a los pies de los canales,
Mi viejo de pocas letras, en su mirada moribunda,
entregó su alma de poeta.
Como una reverencia a su santa muerte,
y errante por los caminos pueblerinos,
busco la huella de las tierras pobres,
Aún en la lluvia me llora su pequeño río
y los aromas de los sauces que dejó en su partida.
y de las negras rocas,
me oculto para llorarte a solas.
Mi viejo de cansada enfermedad,
bajó los párpados para matar
el dolor a sus cansados huesos.
Una tarde del mes de abril,
al mantener mi mano tomada.