HORAS MUERTAS
Las tres de la tarde de verano. El aire se conserva claro, ligeramente movido por la brisa de la cordillera, presente siempre, con su aliento fresco, en todas las estaciones. Pero el gran sol todo lo domina. En esta hora se advierte la ausencia de realismo y la sinfonía del juicio multicolor de su gente, es la verdadera hora absoluta, comienzo de la tarde y se respira plenamente la fascinación de la provincia, el encanto que se derrama por todas las calles de mi vieja residencia y acaricia las antiguas fachadas somnolientas de las casas, y pasa por las cuadras en donde todavía no florecen las sonrisas femeninas. Sobre la gran 7 de abril flota un letargo, un letargo tedioso y banal de pueblo sin estridencias, más también sin el menor encanto. La fuerza del sol aplasta la coquetería de la gran arteria atestada de comercio. A esta hora hay que buscar en otra parte el alma del pueblo.
En
este soleado silencio de las primeras horas de la tarde encontramos
el sentido tradicional e inconfundible de LONTUE, de tierras bajas,
de lo absoluto. Atardecida embriaguez de sol, de calor, de silencio,
de abandono. Almacenes pequeños, semi desérticos. Alguien medita
frente a un vaso. Verdulerias sin puertas dejan ver hileras de frutas
y verduras como dentaduras multicolores, que no ríen, duermen.
La sombra de las casas es de una luminosa transparencia rojiza que al reflejo del sol sobre los vidrios se torna aún mas clara. El aire, no obstante el aire es limpio: un aire vivo, pero inmóvil, ya que la mano férrea del sol lo mantiene quieto. Pero al atardecer, la tensión de la atmósfera se refleja, entonces si se agita el aire, y coquetea, y hace murmurar las hojas de las acacias y abre blusitas blancas de las inquietas muchachitas.
Los comercios permanecen cerrados durante muchas horas. En los escaparates, envueltos en una luz cálida que la sombra roja atenúa un poco, yacen los objetos como petrificados y engomados. Algunos exóticos y brillantes automóviles parecen ser definitivamente abandonados a lo largo de las aceras, cuál casitas deshabitadas. Estas son las que, literalmente llamamos “horas muertas”. Pero por debajo de ellas, se siente el latido vital de una vena. Las pocas personas que pasan por la calle parecen retardar el paso de la vida, aunque quizás, son los que la anticipan: muchachas que charlan en voz baja, un grupo de obreros, una vieja señora que busca lo que acaso en su vida, jamás logro encontrar….. vivos fantasmas de las horas dormidas de mi pueblo.
Todo se abstrae de una maravillosa pureza y silencio de las calles de esta vieja comunidad, amarillenta, grisácea, de arquitectura inexpresiva, en la cual de tanto en tanto se entromete aquí y allá un pesadísimo barroco de iglesia. Pero estas callejas, nos ofrecen el sentido estático, casi heráldico, de la vida, y estas horas muertas son como la boca cerrada de un rostro que piensa, que acaso duerma, que también sueña.