martes, 4 de noviembre de 2025

GRAN SALTO. VELO DE LA NOVIA. RADAL 7 TAZAS

 GRAN TEMOR A LA PERDIDA DE LA BELLEZA

 

Hoy, después de haber trajinado tanto los recovecos sombríos y cubiertos del verde vegetal tan riguroso de la montaña, junto a los parlantes compañeros, fieles en sus pasos, leales en la sed y el cansancio, vuelvo a esa alma de piedra enorme a esa cadena de beldades físicas y emotivas del andar por el Radal. Tierra nuestra sin consecuencia.

Se medita y se sueña sobre una tierra de osadías tangibles, sin contar la historia de llanuras, montes o quebradas, como si hubiésemos vividos miles de años, o más. Me recuerdan caminos del cielo estas cintas airosas por donde corre el hombre ávido o fatigado de ver. Pero en cada caserío y en una simple ondulación de la tierra, la sangre eterna está aguzando su orgullo. Se intentan hogueras en el espíritu y la vida brava de esta gente se inclina ante los ranchos o levanta los brazos sobre el paisaje y al igual que a nosotros, nos pellizca los labios.

No es el drama humano lo que nos turba la memoria, es la tierra templada por el verano austral, incisivo y cambiante, lo que nos sale al paso, como si alzase contra nosotros sus volcanes legionarios y sus montañas ceñudas. El espíritu de la tierra está vivo en esta presencia combativa y secreta de la tierra que nos intimida con sus signos sumergidos en el viento o en la celosa travesía. Es la tierra, nuestra tierra que se está enfrentando al cielo, no tanto por sus montañas, sino por sus momentos, lo que madura el drama de la visión nativa. No es paisaje, es músculo y hechizo bajo un cielo cuyo destino ha sido iluminar esta epopeya en que solo cuenta, lo sobrehumano.

Y así nos llega la visión del Salto, esa maravilla sonriente, enjoyada y perfecta, que sugiere, desde el primer instante, el hechizo secreto de la montaña. Desde niño vimos esa cortina blanca y su delgado canal labrado en la tosca. Donde el agua se amansa y logra un color verde de alquimia. Milagro y hondura de la luz y se conjuga con el horizonte donde el hombre se precipita como en un abismo y la tierra misma quiere desaparecer. Cualquiera que sea el camino para llegar al velo de la novia, la imagen es semejante.

El terreno despejado permite ver, la naturaleza de este rincón. El camino asciende suavemente y de súbito, este pórtico de espuma resonante y grato a la fatiga, sensible y alado como un rumor de confidencia, cae junto con la humedad de tu mirada. Más allá del salto de agua, está la historia mal conocida de los propios historiadores, tierra que se levanta a cada instante contra el hombre para templarlo y probarlo. Tierra que no se avergüenza del cielo.

Hasta hoy no se ha encontrado una solución eficaz para que el acceso a la caída de agua sea más grato. La poética visión, bien se lo merece. El velo de la novia va quedando a nuestra espalda y su voz todavía sostiene el acorde espacial de este cuenco marino de viejas edades. La sinfonía del salto es la sinfonía del tiempo sobre la raza que medra, progresa, como ya lo hicieron otras en los milenios pasados.

Cada vez que pasamos frente a la cascada, quizás presintiendo su secreto, nos preguntamos si sobrevivirá al hombre actual, a la voluntad de la empresa de este tiempo terrible, que se enfrenta a la belleza y al hechizo de la naturaleza.


viernes, 31 de octubre de 2025

AL FINAL DEL PROGRESO

 

 

 AUN QUEDAN RECUERDOS

 

 

1950 – 1960 en esos años era llamativo el tronar de la locomotora con esa humareda espesa que se metía por los recovecos de los bodegones y luego se perdía entre los arboles de un bosque pequeño y entre las palmeras de un parque centenario. Era llamativo el corretear las uvas en la infinidad de cuarteles de uvas, con sus cuerpo arrugado las parras se alineaban siempre de norte a sur. Cuarteles separados por tendidos eléctricos o por pequeños canales de riveras tapizadas de mimbres verdes y olorosos. Pequeños cuarteles de uvas a los pies de la iglesia, a los soleados chuicos de vino dulce, a los naranjales improvisadamente visitados. Eran llamativos esos camino entre ellos reverenciando las uvas amarillas, de las rosadas y de las rubias pequeñas. La uva negra. La uva coa, especial para el vino tinto oloroso y de gran cuerpo. Era llamativa la casa del zorro como atalaya de un vigía. También la otra casa, la de las encinas y portón de madera gruesa. Una veces desnudas las uvas. Otras vestidas de hojas como la Eva del paraíso. Otras veces, llenas de cristales jugosos, que jubilosos recogían los viñateros de aquellos tiempos.

Vino la gracia de la estabilidad social. Todo el mundo trabaja. Todos comparten y sonríen. Todos nos conocemos y nos saludamos. Todos conocimos el progreso.

Aquello que nos dio prestigio, reconocimiento y estabilidad a las familias de entonces, hoy, es un espejismo que desaparece tan pronto abres los ojos. Tantos patriarcas con laureles en sus hombros, nos privaron del rancho de las vendimias, del quejido de los durmientes, de la estrella solitaria. De las risas de los orujos. De los andenes visitados por el amor. Del tractor con su coloso chorreando jugo. De los pozos de molienda la misma uva. De la lagrimilla con harina tostada. De todo aquello que se te quedo pegado en una orilla del alma. Todo eso, se recogen a los cuarteles del olvido. ¡Viva el progreso!

Ahora buscamos la felicidad en unas cuantas tiendas o en un escenario lleno de luces, cables y musica estridente. Bien me parece. ¿ y cuanto duraran esas capsulas de felicidad? Aun sonrío cuando evocamos a LONTUE efervescente de felicidad.

 


sábado, 8 de febrero de 2025

TAMBIEN SE MUERE EL TIEMPO

 

HORAS MUERTAS



Las tres de la tarde de verano. El aire se conserva claro, ligeramente movido por la brisa de la cordillera, presente siempre, con su aliento fresco, en todas las estaciones. Pero el gran sol todo lo domina. En esta hora se advierte la ausencia de realismo y la sinfonía del juicio multicolor de su gente, es la verdadera hora absoluta, comienzo de la tarde y se respira plenamente la fascinación de la provincia, el encanto que se derrama por todas las calles de mi vieja residencia y acaricia las antiguas fachadas somnolientas de las casas, y pasa por las cuadras en donde todavía no florecen las sonrisas femeninas. Sobre la gran 7 de abril flota un letargo, un letargo tedioso y banal de pueblo sin estridencias, más también sin el menor encanto. La fuerza del sol aplasta la coquetería de la gran arteria atestada de comercio. A esta hora hay que buscar en otra parte el alma del pueblo.

En este soleado silencio de las primeras horas de la tarde encontramos el sentido tradicional e inconfundible de LONTUE, de tierras bajas, de lo absoluto. Atardecida embriaguez de sol, de calor, de silencio, de abandono. Almacenes pequeños, semi desérticos. Alguien medita frente a un vaso. Verdulerias sin puertas dejan ver hileras de frutas y verduras como dentaduras multicolores, que no ríen, duermen.

La sombra de las casas es de una luminosa transparencia rojiza que al reflejo del sol sobre los vidrios se torna aún mas clara. El aire, no obstante el aire es limpio: un aire vivo, pero inmóvil, ya que la mano férrea del sol lo mantiene quieto. Pero al atardecer, la tensión de la atmósfera se refleja, entonces si se agita el aire, y coquetea, y hace murmurar las hojas de las acacias y abre blusitas blancas de las inquietas muchachitas.

Los comercios permanecen cerrados durante muchas horas. En los escaparates, envueltos en una luz cálida que la sombra roja atenúa un poco, yacen los objetos como petrificados y engomados. Algunos exóticos y brillantes automóviles parecen ser definitivamente abandonados a lo largo de las aceras, cuál casitas deshabitadas. Estas son las que, literalmente llamamos “horas muertas”. Pero por debajo de ellas, se siente el latido vital de una vena. Las pocas personas que pasan por la calle parecen retardar el paso de la vida, aunque quizás, son los que la anticipan: muchachas que charlan en voz baja, un grupo de obreros, una vieja señora que busca lo que acaso en su vida, jamás logro encontrar….. vivos fantasmas de las horas dormidas de mi pueblo.

Todo se abstrae de una maravillosa pureza y silencio de las calles de esta vieja comunidad, amarillenta, grisácea, de arquitectura inexpresiva, en la cual de tanto en tanto se entromete aquí y allá un pesadísimo barroco de iglesia. Pero estas callejas, nos ofrecen el sentido estático, casi heráldico, de la vida, y estas horas muertas son como la boca cerrada de un rostro que piensa, que acaso duerma, que también sueña.








GRAN SALTO. VELO DE LA NOVIA. RADAL 7 TAZAS

  GRAN TEMOR A LA PERDIDA DE LA BELLEZA   Hoy, después de haber trajinado tanto los recovecos sombríos y cubiertos del verde vegetal tan ri...