

Hoy 16 de Octubre del 2009.
El lugar donde trabajo ejerciendo mi profesión por tantos años está avocado a festejar el DÍA DEL MAESTRO como una de las situaciones más relevantes enmarcadas en las actividades de aniversario de nuestro colegio. La alegría y las manifestaciones de cariño y esos pequeños obsequios por parte de los alumnos que quieren manisfestar su afecto de alguna manera me hace inevitablemente recordar a mis maestros de dias de escuela e infancia. Podría citar a varios y, muchas de sus hermosas experiencias retratadas en mí, ahora son parte del quehacer educativo por más de treinta años de servicio. Rendir un merecido reconocimiento a su labor sería mezquino, pues hay tantos docentes en mi largo país que con más esfuerzo y con más cariño realizan esta misma labor, en lugares extrañamente alejados de la ciudad y que no tienen esta instancia colectiva, por que son pocos los alumnos de su escuela unidocente. A ese docente quiero extender estas palabras de aliento y sincero reconocimiento. Por que allí, es donde se ve con más conciencia su sacrificada labor. La verdadera vocación de ese hombre tan duro y a la vez tan afable en su gesto humano, que no caben palabras para graficar su verdadera devoción por la educación. Hoy discutiendo derechos sociales y económicos, repletamos calles y avenidas, nos hacemos columna férrea contra los herrores de la autoridad. Gritamos nuestro descontento y levantamos pancartas de enjuiciamiento para casi con todos, pero.... ¿quién acompaña en los caminos polvorientos o quién cubre la espalda de la vestisca fría y glacial de ese docente en la cordillera? ¿Con quién arriesga su vida en los canales del sur? ¿Donde se apoya el profesor atravesando los desolados paisajes de nuestro norte? Lo más problable, es que su apoyo se limite a pensar en el solo fin de llegar a su escuelita de tablas descoloridas y en esos pupitres casi huerfanos de alumnos, se retrate una sonrisa permanente, pero él llega siempre, por que sabe que los niños esperan por él.
Han pasado por mí un millón de generaciones y siento lo mismo cada 16 de Octubre, una profunda reverencia por mis colegas profesores; por los viejos docentes llenos de experiencias y también por los jóvenes que se acercan a caballo en las ilusiones de entrar a las aulas y entregar su saber. Siento como mi corazón se llena de complacencia cuando te visitan aquellos alumnos de años idos y, en pocas palabras me doy cuenta de cuánto han crecido. Feliz, que te devuelvan los abrazos que se llevaron en su partida. Hoy ya hombres, reconoces en ellos, todo lo que entregaste en cada uno de tus días.
Este día, espero no estar solo con mis alumnos entre cuatro paredes, quisiera entregarles mi tiempo de viejo y tratarlos de nietos o tal vez de hijos y salir con ellos al patio y sonreír, solo por el sagrado hecho de ser feliz. En esos gritos de patio, en esas carreras de pasillos, enviarles mis saludos a los docentes de cada rincón de Chile. Un saludo largo y estrecho como la geografía de mi país.
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