A LAS AGUAS RADALINAS
Como reflejo de agua entre las borrascosas sombras de los robles nacientes, bosquejo una sonrisa de desaliento por que no me lleva el viento hasta la otra orilla, es lo que pienso.
Confundido entre las rocas después de mirar las pequeñas olas,
renuncio a encaminarme sobre tu superficie rugosa y me tambaleo en sus dedos húmedos alargados hasta más allá, acercándose hasta la espuma.Colihues acercan sus ramas tiernas como presagiando el silencio en el remanso de la noche. Te contemplo hasta el atardecer y sin tus brazos plateados de luna y estrellas, no sé que hacer.
Empapado de ti, hasta el estremecimiento, me vuelvo lento y desmoralizado por no comunicarme contigo, me bebo tus aguas claras, para no derramar las mías. Los silencios son eternos entre las laderas de los montes oscuros de hierbas olorosas, solo la mirada diáfana de tus hilos alargados entre las piedras, se comunica desde lejos, en un atardecer enorme y transparente.Te busqué más allá de la Mesa, entre las piedras volcánicas desmayadas, entre los árboles heridos por la soledad. Caminamos juntos desde el amanecer hasta que mis píes se cansaron de tus brazos. Solo entonces recordé, el perfume que hube olvidado por el tiempo esparramado.Los avellanos coloreaban tus laderas como guirnaldas festivas, y las chilcas diminutas te sonríen cómplices de natura. Río, me río pensando en tus habitantes exquisitos y me desvelo año tras año hasta sentirme extraño, en mis propias aguas citadinas.
Entre aguas tibias y sin fondo, hasta las aguas oscuras y frías, me empapo de ti,
de tu energía cabría.
Seguí los pasos hasta las arenas saladas y desvanecí mis músculos en vano esfuerzo por encontrar tu perfume entre las algas de colores. Perdí las formas entre las sombras de la luna y los espejismos de las dunas. Entre ruegos y la porfía, me deslumbra tu silueta cada día. Serpenteada de agua clara, vuelvo a tus aguas aunque tenga, el alma herida. Extraño tus quejidos, tus alados críos, tu infinidad de peces en los roqueríos escondidos. Me conoces desde niño y me albergaste en tu lecho, me gasté los píes y la piel escamosa me queda después de los años un camino queda, de pasos ausentes y solitarios. Sigo los pasos a través de los años, sabiendo que me pongo viejo y que haces un viaje, el cual no tiene regreso.
Quisiera petrificado quedarme en tus orillas, junto a los helechos, pero en años me enseñaste,
que se nace cada día entre las alturas y el frío, para morir entre las raíces de arbustos milenarios o cercanos a las aguas salobres de algún repoblado balneario. Confundido y desolado, recobro la conciencia y ordeno con pesar mis aparejos para mirarte desde lejos, como te arrastras, entre los espejos de las rocas. No sé si llamarte río mío, pero allí también sucumbió Francisco Guzmán y más cercano a ti que a mi, Pedro pescador. Los dos, con tus luces se van a cobijar al mar. Como desprenderse de la mitad tuya sin herir la otra mitad, la mía. Quizás los años se acumulen en mis huesos y no vuelva a tu encuentro y, mi porfía y soberbia, seque mis ansias de visitarte entre calor y frío. Los años me cubrirán de nieve la musculatura y torpemente anudaré los sedales solo para llorar mi impotencia acuosa acumulada en los líquidos corporales. No tendré tu claridad de aguas turquesa de posones inmensos,
pero me apegaré a los cabellos dorados de mi esposa, que sin querer enjugará lagrimones violentos
que ella podrá secarlos a besos, por que no sabrá que así también me río.
Impregnado de frescura hasta los huesos, caminaré primero hacia las napas oscuras
para confundirme en un abrazo salado más allá de las dunas.
Entre los acantilados ocultaste el camino forzando el alma mía sumirse sin complejo en la tuya.
Te abriste paso a través de la tierra seca y atravesarla por completo desde Oriente a Occidente
solo es un detalle de tiempo que miras con desprecio. Nadie detiene la furia en tus años de canales y esteros camuflados por las hierbas y los sembrados. Como la sangre ardiente de un toro que bufa de impotencia en la alambrada, como esperma contenida del mozuelo enardecido de amores primaverales,
así te dejaste caer en las habitaciones de los soñadores de ladrillos y sábanas perfumadas.
Te expresaste con el trueno de libertad y no quisimos entender tu derecho natural. Ante la furia de los adoquines, en su terquedad de no darte paso, los arrancaste sin consuelo solo para abrirte paso hasta la cuna de los salares de Boyeruca. De vez en cuando te encargas de recordarnos por donde debemos endilgar nuestro paso par no obstaculizar el tuyo. Como lavando costras de viejas heridas terrenales te alejas satisfecho de limpiar el cuerpo que más tarde nos preocuparemos de asfaltar de nuevo.
Como la sangre corporal llevas a todos los rincones tu presencia incólume de líquido vital. Más allá de los radales, aún más allá, entre los volcanes y los glaciares, petrificada te podemos encontrar descansando, esperando a que terminemos de saciar nuestra ignorante sed de majestuosidad terrenal.
Te he visto entre los robles y los arrayanes, entre las piedras y los vegetales muertos, arrullados por las hojas de múltiples arbustos, rendidos al canto infinito de humedad. Podré robar tu tiempo de peces coloridos o tal vez el aleteo de las aves correntinas, pertubar el solaz de las abejas tardías y desgreñar con rabia tu alfombra de guijarros suaves y desmedidos, pero no alterarás ni un ápice tu recorrido.
Tus largas aguas cantarinas renuevan mis células corporales, como el aire que renueva la elasticidad de los pulmones del recién nacido, como los besos de María Eugenia renuevan mis amores contenidos en mis turbias venas enardecidas. Adentrado en ti, como el sol en su desierto, así me siento, cada vez que mojo mis píes en tus aguas cristalinas. Sabiendo que moriré primero, robé cuanto pude a tus riveras desnudas y también conociendo las mías, te saludo desde, mis aposentos benditas aguas radalinas.
Eres un inmenso río y de ti siempre agradecido nos alejaremos por distintos caminos, tu partiendo el alma de mi tierra maulina hasta la costa salina y yo, por el mío, hasta una ciudad de rascacielos, llena de cemento y cristales, donde reside la gente con el alma sombría.
¿Donde se encontrará el agua antes de la lluvia, mucho antes de la nieve y el granizo?
Tal vez en su lecho de esmeralda lo arrulla la luna y al costado de un canelo sagrado, se escurre sola, entre rocas con agrado.
Un río perfumado de recuerdos, adheridos a la piel sangrante de un descabezado, te lustra los píes para sonreír por allí, en Lontué. Esparcido entre pequeños cuerpos o en aquellos torsos totalitariosarrugados, postrados ante ti, como venerando la sabia inmensa de la madre tierra, te reclamamos en todos los espacios y en todos los cuerpos, pues del líquido intransferible, somos una parte.
¿Quién puso en tu camino el velo plateado de tu figura acuosa y melancólica?
Dios Todopoderoso o
¿La luna en su alborozo?
Para mí es río, más certero y prodigioso, más fecundo y orgulloso, rindo pleitesía a tus encantos
como las torcazas a la semillería, como las coileras a los quillayes esperando verte desde arriba.
Yo beberé de tus aguas cada día plantado en la ciudad llena de cañerías. Enraizaré mis hijos en ella para no olvidarte. Viajaremos en sueños como los estandartes, ocultaré mis anzuelos y sedales para no enredarme entre los besos tiernos de los nuevos pinares. Serás por siempre el límite del primer día, separaré las aguas de las aguas, de las aguas radalinas, del alma mía.
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