

Esta es la pregunta que hizo un periodista del diario El Mercurio, a la ciudadanía con el propósito de aclarar ciertas dudas respecto del actuar del ex comandante en Jefe del Ejercito de Chile. Este episodio, tan deleznable, como tantos otros, ocurrió en 1973 y Juan Emilio Cheyre guardó en silencio durante 40 años ocupando cargos y puestos públicos, como una persona idónea, intachable, de probidad conductual y actitudinal.
Juan Emilio Cheyre, guardó en la memoria lo que entonces ocurrió; lo trató como un asunto privado, como algo que solo le concierne a él y a los directamente involucrados; pero que no se relaciona de modo alguno con las funciones públicas que él ha ejercido. El caso pertenecería, en su opinión, a él, al niño abandonado en brazos de unas monjas y a los deudos de sus padres asesinados. En la interpretación de Cheyre, los actos del pasado deberían ser reprimidos o relacionados, encerrados en la privacidad de la conciencia, a condición de que no haya dado lugar, como ocurrió en su caso, a una condena penal.
¿Es tan simple olvidar u omitir conductas que son de índoles publica, y que se relacionan con nuestro hacer cotidiano? No.
Ni los austriacos con Waldheim ni los católicos con Ratzinger siguieron la doctrina que hasta ahora se ha aplicado así mismo Juan Emilio Cheyre, guardar silencio, pensar que su pasado es cosa suya y que no merece ni la reflexión ni el escrutinio público.
El problema de Juan Emilio Cheyre no es solo su actuación de hace cuarenta años, pues podría alegar que no era más que un simple capitán que cumplía ordenes y repetía mentiras sin saberlo, si no, su actitud de hoy ante su propia memoria. Una autoridad pública como la suya, en cuyas manos se ha puesto, primero el monopolio de la fuerza, y después, la pureza del Sistema Electoral, procedimiento mediante el cual se forma la voluntad de todos, no puede actuar como si el acto en el que participó fuera un asunto entregado a su pura conciencia, un asunto entre él y Dios. Cosa distinta, este tipo de actos, como lo muestran los ejemplos de Waldheim y Ratzinger, son de índole pública, puesto que en ellos, se muestra como en resumen, el drama de la memoria colectiva.
La memoria de hechos como los que vivió Cheyre no es privada, sino pública. Ella es indispensable no solo para evaluar la aptitud de quienes ejercen cargos públicos y saber cuan fieles serán a los valores y principios que deberán custodiar, sino que además es indispensable para revalorar la memoria colectiva, la memoria de todos, que es la tarea que sigue pendiente en el espacio público de Chile.
¿O acaso ese niño retenido en un regimiento, testigo del asesinato de sus padres y transformado en expósito con la colaboración de Cheyre, quien no obstante, llegó ha ser Comandante en jefe y luego custodio del Servel, no merece el discernimiento público?
Es probable que Cheyre racionalice ese acuerdo pensando que la entrega de ese niño habla bien de él y de su bondad, y que cuando calla da una muestra de modestia moral. Pero alguien tiene que decirle que no es así. El hecho del que participó ni es digno de estima, ni su actitud encomiable, ni su silencio aceptable, ni su memoria algo que le pertenece solo a él.
Waldheim; Diplomático austriaco sirvió en una división del partido nazi, por lo que fue investigado por su pasado relacionado con crímenes de guerra, no se encontró evidencias, pero el dictamen final fue que, Waldheim debe conocer más de lo que está dispuesto a admitir.
Ratzinger; Pontífice católico renunciado también fue vinculado a las juventudes nazis y su caso se ventiló en la luz pública.
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