GEOGRAFÍAS DE INFANCIA
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Trabajadores vaciando la uva a uno de los pozos. |
Un pueblo sin relieves o sin su geografía, no es un pueblo, es apenas un punto en los mapas que pocos reconocen, pues sus materias, sus pedestales y sus virtudes las transmiten las piedras por las cuales caminas y se desliza por el aire que respiras cada tarde después de contemplar las estrellas.
Un pueblo sin dificultades en buscar su propia identidad, en emerger de vapores de sus ansias de volar y retratar a sus almas en los ojos de la humanidad, es como indica la palabra valentía y sacrificio, pues sin estas virtudes, no se logra recorrer, ni reconocer su geografía de pueblo que aspira aires de comuna.
Reconozco mi cuerpo herido de recuerdos. De personas. De recovecos. De intenciones desde la cuna. Muchos podrán decir querer a su tierra, y es completamente cierto y tan fuerte su clamor, que se escribirán miles de documentos que avalarán sus comentarios, pero siento, en lo más hondo de mi pecho, que la tierra se labra, se hiere con el arado, se siembra, se humedece y se recogen sus frutos después del tiempo justo de madurar. La tierra tiene sus surcos por donde camina el agua y da sus talentos metalizados a sus pacientes bestias y vegetales. Posee sus propias palabras para gritar sus dolores de abandono, sus destrozados órganos licuantes, sus mutaciones inútiles, sus partos de poblaciones, sus intenciones de aborto. La tierra que te ve nacer. Aquella que pisoteaste en tus correrías adolescentes. La misma que cobijó tus amores en las diversas estaciones. Esa que te entregó sus frutos y permitió que calentaras tus huesos a orillas de un canal y que te permitió descansar cada noche después de laborar en una fábrica, en una viña, en una panadería, en una cantina o botillería, en una escuela, en lo que fuera, solo para rendirle honores al esfuerzo de cada hombre. Un pueblo se lleva en la actitud de las personas, en los caracteres de las cosas, en los aromas de sus avenidas, en las uvas sobre la mesa, en sus néctares provenientes de la tierra, Un pueblo sin su geografía, es como los cuerpos sin alma, que vagan de lugar en lugar, matando las raíces que siempre quieren reventar el suelo y convertirse en nativas columnatas, que pregonan siempre con aires de esperanza, bienvenida a su comuna. Me temo por la triste geografía de mi pueblo. Me temo la pérdida de la geografía de mi infancia.
GEOGRAFÍAS DE
INFANCIA
Tengo infancia de
geografías
escondidas en mi
cuerpo.
Días tristes
encerrado en mi casa
donde las paredes
cuentan cuentos
a través de sus
grietas desbocadas.
Esas paredes
pálidas,
carentes de
habituales cuadros,
me sumen en la
nostalgia de los árboles
al costado de los
ríos,
a la vera del camino
por donde transito y
corro acalorado.
Días de conversar
en los entablados
de un canal con sus
días contados.
De pasear por
viñedos desnudos,
por acacias acosadas
por la zarzamora
y oasis de
Eucaliptus verdes,
que con ramas
cordiales te indican el río.
Tengo la geografía
de los cerros,
casonas patronales,
llavería y gente pobre.
Tengo casas blancas
con esqueletos de adobes,
otras con cimientos
y escala de cemento,
pero su cuerpo se
asemeja a los tablones.
Geografía de
conventillos altos y largos,
con cuartos oscuros,
de puertas gruesas
enfrentadas a la cocina
descolgada de la casa.
Tengo la figura de
casas grandes
con huertas frescas
a la entrada,
con parrones y
ventanales
por donde culebrean
los aromas de temporada.
Tengo infancia de
rostros duros,
trabajadores
asoleados y paternales.
Tengo infancia de
viejos mimbreros
y sus rodillas
gastadas.
De overoles
aceitados
y bolsillos llenos
de semillas
exquisitas
maravillas de girasoles.
Tengo infancia de trenes y estaciones,
de sirenas indicando
las doce,
de campanadas en la
torre de una iglesia.
De chiquillos
corriendo a ninguna parte.
Tengo cuerpos
sumidos en el agua
de canales a los
costados de mi pueblo.
De fanáticos en las
galerías de un estadio
que se encontró de súbito la muerte.
De colegios con
hormigas en sus patios.
De panaderos de
blanco saco harinero.
De pasos relajados
en las calles largas
de mi pueblo sin
esquinas.
Tengo geografía de
carrizos, cicutas,
uvas y rábanos
blancos de viña.
De bandadas de
chiriguas, tórtolas, zorzales,
palomas religiosas y
otras aves.
Frutos de oro,
tamarindos,
duraznos y nísperos
esquivos.
Ruben Zuñiga, amigo de caminatas |
De puente
ferroviario metalizado,
con sus aguas
turbias en invierno
e inmensamente
claras y escasas en verano.
Tengo la geografía
pegada en las manos
y con las piernas,
todas las he andado
desde la casa a la
cordillera,
la costa a la casa,
con Juan, Rubén y Santiago.
Geografía rubí en la tierra del ají.
Geografía amarilla,
rubia y espigada
en los cerros de
aire marino,
de parras y de uvas
en mi tierra
que llora por años
su comuna.
Geografía de uvas
maduras
y muertas en su
lagar
y que ahora gritan
sus dulzores
en cristales de buen
sabor.
Tengo infancia de
redondillas
y canicas
entierradas.
De jugar a las
escondidas
viñedos de la Viña Lontué |
en los vértices de
las casas.
De saborear
algarrobos
y sumido en los
rastrojos de los manzanos reír,
por que solo tengo
ganas de reír.
Tengo infancia de
rescoldos,
de hornos de tarros,
de zancos de tarros
y de una plaza sin
público,
solo feligreses de
una iglesia
que santiguada se
marchita.
Tengo infancia de
San Pedro,
San Ignacio, san
Hilario, Santa Amalia,
Sampierdarena, Santa Lucia.
De infancia tímida
y descompuesta,
infancia en una
Aldea Campesina.
Asumo la geografía
como señor de mis ojos
y como lazos de tu
mente,
pues dos referentes
en la frontera de mi
tierra,
dividen mi cerebro.
La panadería de los
Pavez,
indica hacia arriba
o hacia abajo.
Dos localidades de
un mismo fajo.
San Pedro hacia
arriba.
Lontué hacia abajo.
Catalanes al sur, el
mismo trabajo.
Geografía de tiempo
y robles durmientes
de trenes,
hoy olvidados.
Tengo infancias
escondidas en mi cuerpo.
De braceros de tres
patas.
De zapatos nuevos y
tenida dominguera.
De cines y zapateo
en las galerías,
de afiches coloridos
con Miguel Aceves Mejías.
Tengo infancias guardadas en mi lapicero,
de gente callada
resguardando sus secretos,
de damas tiernas
mateando en sus braseros.
De lluvias largas y
fríos intensos.
De fonolas que
vuelan,
de zapateros y
peluqueros.
De viejos ebrios de
contentos.
Tengo geografías de
esteros
y llorando con ellos
aún espero, la tan
soñada comuna.