Luis Muñoz preparando sus aparejos para perderse en el rio. |
Como una forma de decir lo que deseamos cuando
queremos estar solos y escapar de aquellas
actividades que nos mantienen acelerados la mayor parte de nuestro
tiempo. Desvanecerse para vivir a fondo el entorno. Dejar
horarios y rutinas de oficinas citadinas.
Cada cierto tiempo, la mayoría de las personas busca motivos
para salir, desconectarse de las actividades que constituyen nuestra rutina.
Nuestras energías aparentemente se renuevan con un periodo de descanso y mejor
aún, un periodo de vacaciones. Pero, ¿son todas las vacaciones un periodo de
descanso?
El verano constituye la estación donde más se mueve la gente
en busca del esparcimiento, del descanso o más simple, relajarse. La vestimenta
liviana, la flexibilidad de los horarios, las comidas pausadas y la música sin
contenido son los referentes de este alejamiento del trabajo, principalmente.
Sin embargo, una caminata con la infaltable mochila, hace
maravillas en nuestro espíritu a la hora de olvidar la ciudad asfaltada y sus
vidrieras refractantes. Una pausa bajo un árbol, o beber desde una vertiente
fresca, una distendida conversación son placeres que no todos disfrutan. Una
puesta de sol es tan bella en la playa como un atardecer en la montaña. Un
amanecer con el canto de los pájaros invisibles entre el verde follaje, o la
extensión de los trigales maduros que se mecen con la brisa salina, no tiene
comparación. Dormirse cansado, no es lo mismo que agotado, tedioso, aburrido o
lateado. No es lo mismo la comodidad de una cabaña ante la posibilidad de una
carpa en medio de un bosque con el concierto de una río permanente. No es lo
mismo desvanecerse en la naturaleza, empaparse
de ella con todas sus extensas primitivas bondades.
Lo que es esencial en la ciudad, no tiene ninguna relevancia
a la hora invertir nuestro tiempo donde quieras que estés dispuesto. Y nuestro
tiempo no es verano o estación determinada. Nuestro tiempo es cuando somos
capaces de camuflarnos en el paisaje, evadirse, desvanecernos en su
majestuosidad. El llenarnos los ojos de colores y sentir, percibir todos esos estímulos
a flor de piel, que se abran nuestros
sentidos. Más allá de que en muchos casos la felicidad
o nuestro nivel de tranquilidad, paz y empatía son el resultado de nuestras
experiencias y nuestra capacidad de procesarlas y orientarlas hacia un fin deseado. Pues
eso es compartir, ser un poco parte de ello. Entender nuestro papel ecológico.
De lo que tenemos y no arrebatar sus dones, pues siempre hay alguien que está
precisamente, pensando en compartir, desvanecerse en la naturaleza y recuperar
su identidad de miembro natural de la tierra.
Compartir, disfrutar y dar un mutuo afecto por lo que nos
rodea, nos hace parte de ello, existe un entendimiento entre las partes de
nuestro organismo y los elementos de la naturaleza. La expansión de nuestros
sentidos aflora por los olores, los colores, las formas y la ausencia de los
ruidos tecnológicos y ello, nos proveería
de experiencias de conexión humana más nítidas y vívidas. Conectados e
interactuados podríamos literalmente, sentir lo que una persona siente, experimentaríamos
otras formas de intercambio de información emocional. Aquel deseo ferviente y
siempre escurridizo de una pareja enamorada, de sentir lo que su amante siente
cuando la mira, o incluso, de ser una sola persona, podría ser una frecuente
realidad. La conciencia podría tal vez sobrevivir de manera incorpórea.
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