sábado, 30 de diciembre de 2017

MI DERECHO A LA VEJEZ




RAZONES PERSONALES


Una de las razones por las que escribo, es llevar la contraria a aquellas teorías que estipulan que el dedicarse  a escribir, podría significar la ruina, la irreligión, el descredito, la pérdida de la fe y de las buenas costumbres y como corona funeraria, la siutiquería.

Mi razón personal
En mi caso, el particular, está lejos de perder algo similar y muy remota posibilidad de perder cualquier cosa. Lo particular de mi situación es que carezco de todo. Al igual que un miserable agricultor con su arado herrumbroso abre la tierra tosca, espera la humedad de la gracia lluviosa, a que germinen sus escasas semillas. No descansa, se rompe las manos, suda lo mismo que una bestia enajenada, apenas engulle la hogaza añeja y, aun así, se duerme para levantarse otra mañana a trazar surcos sobre la tierra. Que pierde. Nada. Posee la completa honestidad de admitir que a veces incluso él, siente el atractivo del olvido.

Aún no llega el tiempo en que tenga que “hacerme las manos” o depilarme, ir a salones de masaje o incluso a limpiarme el aura al Valle del Elqui. No descarto que una de estas sutilezas sea aplicada una vez dejada esta tierra, pero pienso testar en contra de cualquier “retoque” que se someta mi cuerpo sin yo consentir en ello. Descarto completamente la forma amanerada de la siutiquería, no por ser misógino, retrógrado, cavernario, australopiteco o machista. Si no por la simple razón que otros no tienen, vejez. Si. Vejez. Esta cualidad, característica, beneficio es sin lugar a duda, irrenunciable. Todo lo demás se puede perder. La vejez, no.
Facundo y la extensión de la felicidad


Pero no escribo por ser viejo ni por tener los grandes beneficios estatales de la tercera edad (tarjeta de rebaja de pasajes en metro, paseos entretenidos, siete por ciento menos en salud y otros innumerables estipendios) si no porque, es propio de la seres humanos sacar la voz, ya no como a lo tarzán golpeándose el pecho, tampoco como los resentidos arteros que mascullan las palabras entre los dientes. Ni como los grafiteros que rayan a diestra y siniestra con mensajes tan ingeniosamente pensado, que son comparables a los alienígenas ancestrales (raza nueva tocada con el dedo de dios) que nos visitaran con mensajes medioambientalistas para enfrentar el futuro venidero. Escribo por una necesidad de vaciar el alma, limpiar mis pensamientos, renovar mis ansias de eterno caminante, aferrarme a los dolores y las miserias tan propias del hombre, para describir lo que muchos han escrito de mil maneras. Tal vez, me sea negada la musa de la delicadeza y no pueda jamás escribir con la sangre de mis venas o con las lágrimas de mis pesares, tampoco con mi último aliento detalle mi obra maestra, pero ahí estaré, presente como las fantasías de los presidenciables, como los que no quieren más represas en Aysén, como los que protestan por la AFP, como los que se quejan por la deuda histórica de los profesores, como los que quieren colarse al mundial de Rusia. Presente como las víctimas de la dictadura, las de SENAME, de los femicidios, de los estafados por Chang, por Garay, por Jadue. Enraizado como las malas costumbres, seré un faro en la ciudad extraña, más aún en mi pueblo mutilado por afuerinos, delincuentes “rascas” queriéndose hacer notar robando unas longanizas, mientras otros aquí, se roban quince mil millones de pesos (¡¡ese es robo mierda!!). Escribo lo que quiero y les aseguro que tengo mucho más que muchos congéneres piensan. Tengo la felicidad tan esquiva para otros. Por eso escribo, porque soy feliz.

Nietos, complemento indiscutible
Para aquellos que piensan que la felicidad es el equivalente a despreocuparse de nuestro entorno porque aparentemente todo lo tenemos controlado, se equivocan. La gran mayoría de las personas han dejado de lado los acontecimientos que determinaran el rumbo a seguir de nuestro país. La mayoría de los involucrados piensan en los problemas económicos, (era que no, si es la única manera de comprar huevos) pero hay situaciones de fondo, como la inconciencia, la apatía, la mentira, la injusticia, la delincuencia, la inconsecuencia, la corrupción, el narcotráfico, la burocracia, el ocio y la mafia o cartel del comercio ambulante. (Robo a vista y paciencia de todos. Los dos en quinientos y cuatro en mil, se apoderaron del metro y de las veredas públicas.) Dada las pautas conocidas de cómo se manejan estos problemas, el futuro gobierno, no hará más de lo que ya se hizo.

Ahora, hay que tomar caldo de cabeza, tomar el toro por las astas, ponerse los pantalones, convencerse de nuestra responsabilidad cívica, asumir seriedad social. Olvidar los comentarios anteriores, las promesas, la palabrería y todo aquello que una u otra manera, nos nuble la poca razón que nos queda. Porque ¡puta que somos porfiados! Ojala para estas elecciones no corra viento, ¡pa no cambiar de opinión digo yo! Ojala no tiemble, no llueva, no juegue Chile, ni el colo o la U, que pancho Saavedra no esté en la tele, porque ahí hay una excusa para no votar y, eso sería la peor de las señales de que nuestro país está en crisis. Más allá de todos nuestros males, (y vaya que son muchos) sería irrisorio, bochornoso, ridículo, grosero, inaceptable, vergonzoso, una soberana chambonada, elegir o que salga elegido, un presidente con la minoría de los votos reales. Pero existe una solución a nuestras penurias, sencilla, loable, generosa. Tome conciencia y vaya, y vote, estoy seguro que después tendrá algo que decir, pues ejerció su derecho ciudadano.


Tenemos razones espirituales por las que hacer bien las cosas. El futuro no es cosa de nuestro presente. La felicidad se representa en las sonrisas simples, seguras y sinceras.

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