REFLEXIONES SOBRE UN FEROZ PASADO
La gran pregunta al 11 de septiembre de
1973 es si estamos dispuestos a interrogar el proceso, de modo que podamos
aprender sobre la violencia humana y sus mecanismos. Nuestra función es velar
la verdad y ofrecer un sucedáneo de ella. El bien y el mal aparecen
identificados con posiciones políticas, relativizados por completo. Quien es
atrapado por estas visiones se vuelve incapaz de reflexionar, lo único que
logra, es señalar su propia superioridad moral y la supuesta depravación del
adversario. La verdad nos hace libre.
Normalmente los seres humanos
preferimos mentiras convenientes. Los que prometen revelar verdades históricas
ocultas, como el publicista Baradit, lo que hace es remitificar el pasado,
ofreciendo una lectura simplona y moralista. Destacar lo perverso que es el
mito de lo cómodo, y, también, lo que es cómodo.
Por otra parte, las planificaciones de
Frei Montalba, Allende y Pinochet dividen hasta hoy a los chilenos. No hay
manera de reconciliar las memorias. Lo indiscutible en todo caso, es
fundamental en nuestro país se cometieron actos brutales que no cabe
minusvalorar ni menos negar.
El informe Rettig, José Zalaquet,
Mónica Jiménez, José Luis Cea, Vial son los mejores testimonios de que, pese a
la improbable memoria compartida, si es factible establecer puntos comunes
basados en el rechazo irrestricto a las violaciones a los Derechos Humanos, en
la apertura a distintas interpretaciones de nuestra historia. Delimitar
consensos admitir disensos razonados puede ser una meta modesta, a largo plazo.
Las políticas de verdad, justicia,
reparación y memoria desarrolladas, no pueden superar la dimensión irreparable
que se hace visible con el paso del tiempo. Lo ocurrido en dictadura, no debe
quedar en el olvido ni ser deslegitimado, porque las víctimas han tenido un
proceso muy lento en términos de verdad y justicia.
La dictadura nos pasó a todos como
sociedad, porque el cómo vivimos hoy es el resultado de eso que vivimos en el
pasado. Y la memoria no es solo pasado, tiene que ver con la construcción de la
identidad y el futuro de nuestra sociedad, con qué tipo de sociedad queremos.
Porque pasen los años que pasen, resulta necesario tomar conciencia de que
recordar y reparar lo sucedido es un deber del Estado, un deber indelegable y
que lo tendrá por siempre.
No tenemos en Chile una memoria ni una
conciencia común. Seguimos mirándonos unos a otros como villanos o héroes.
Debemos aceptar una responsabilidad común, como desafío intelectual y moral.
Uno se encuentra muy cómodo con un relato simplista y autocomplaciente en que
unos y otros se culpan mutuamente y ocupan el lugar de victima que les
satisface. La idea de la reconciliación o al menos de una memoria común estará
condenada al fracaso en este clima enrarecido.
Requiere valor de cada parte, ser
juzgado con la misma vara que medimos a los otros. Requiere salir del relato
heroico del vencedor o del privilegio de la víctima. Nos ayudaría a salir del
resentimiento reconocer que si bien no todos somos culpables, si somos
responsables de recuperar un sentido de comunidad.
El 73 ha tenido una larga vida porque
las víctimas que cobró de manera tan cruel siguen siendo veladas por sus deudos
y causando horror en todos que entonces defendieron sus derechos.
No considero ni necesario ni relevante
algún tipo de conmemoración convergente. La verdadera conciencia común a
construir, es si la democracia representativa es el sistema político que nos
permita erradicar la violencia como método de dirimir conflictos y si los
Derechos Humanos son universales. Tampoco conmemoramos las revoluciones de los
años 1851, 1859, 1891. Porque los actores nunca lo hicieron por ser vencidos o
vencedores. Sin embargo la convicción en la democracia y en los Derechos
Humanos nunca es suficiente ni jamás está ganado. El 73 es solo memoria o solo
contexto histórico,(sería reiterar los términos del conflicto) sería solo
pasado. Una seria reflexión histórica y moral sobre lo sucedido es futuro.
Pensando en el 11 de septiembre de 1973
induce a situarse en una circunstancia histórica traumática. 1973 tiene su
contexto. El antes y el después generan pasiones entre sus partidarios, con el
agravante que el después fue de muchos años y de sucesos atroces. No habrá
olvido. Hay un memorial.
Hoy nadie o muy pocos, se atreven a
negar la dimensión moral del atropello a los Derechos Humanos, especialmente
mientras todavía quedan lagunas de verdad. Desde el punto de vista político, el
golpe no tiene todavía densidad histórica. Es memoria.
El golpe militar marcó de tal manera
nuestra historia que pienso que el pasado ya no iluminaria el porvenir, quedó
como un presente perpetuo.
Durante décadas nos ufanamos de, que
Chile era el país de más larga tradición democrática de América latina. Hoy
sabemos que no es conveniente apoyarse en mitos y que las certezas pueden ser
muy efímeras si no están apoyadas en cimientos sólidos. La convivencia
democrática y el evitar la polarización, son desafíos permanentes especialmente
en muchas instituciones tradicionales que sufren descrito.
No. No habrá convergencia. Las
diferencias continuaran entre quienes tienen memoria. El intento de algunos por
dictaminar que se debe decir por el pasado en todos los planos, no hará más que
convertir una fea cicatriz en una herida abierta a chorros.
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