lunes, 16 de septiembre de 2019

PARTE DE LA HISTORIA O PARTE DE LA MEMORIA


REFLEXIONES SOBRE UN FEROZ PASADO

La gran pregunta al 11 de septiembre de 1973 es si estamos dispuestos a interrogar el proceso, de modo que podamos aprender sobre la violencia humana y sus mecanismos. Nuestra función es velar la verdad y ofrecer un sucedáneo de ella. El bien y el mal aparecen identificados con posiciones políticas, relativizados por completo. Quien es atrapado por estas visiones se vuelve incapaz de reflexionar, lo único que logra, es señalar su propia superioridad moral y la supuesta depravación del adversario. La verdad nos hace libre.
Normalmente los seres humanos preferimos mentiras convenientes. Los que prometen revelar verdades históricas ocultas, como el publicista Baradit, lo que hace es remitificar el pasado, ofreciendo una lectura simplona y moralista. Destacar lo perverso que es el mito de lo cómodo, y, también, lo que es cómodo.

Por otra parte, las planificaciones de Frei Montalba, Allende y Pinochet dividen hasta hoy a los chilenos. No hay manera de reconciliar las memorias. Lo indiscutible en todo caso, es fundamental en nuestro país se cometieron actos brutales que no cabe minusvalorar ni menos negar.
El informe Rettig, José Zalaquet, Mónica Jiménez, José Luis Cea, Vial son los mejores testimonios de que, pese a la improbable memoria compartida, si es factible establecer puntos comunes basados en el rechazo irrestricto a las violaciones a los Derechos Humanos, en la apertura a distintas interpretaciones de nuestra historia. Delimitar consensos admitir disensos razonados puede ser una meta modesta, a largo plazo.

Las políticas de verdad, justicia, reparación y memoria desarrolladas, no pueden superar la dimensión irreparable que se hace visible con el paso del tiempo. Lo ocurrido en dictadura, no debe quedar en el olvido ni ser deslegitimado, porque las víctimas han tenido un proceso muy lento en términos de verdad y justicia.
La dictadura nos pasó a todos como sociedad, porque el cómo vivimos hoy es el resultado de eso que vivimos en el pasado. Y la memoria no es solo pasado, tiene que ver con la construcción de la identidad y el futuro de nuestra sociedad, con qué tipo de sociedad queremos. Porque pasen los años que pasen, resulta necesario tomar conciencia de que recordar y reparar lo sucedido es un deber del Estado, un deber indelegable y que lo tendrá por siempre.

No tenemos en Chile una memoria ni una conciencia común. Seguimos mirándonos unos a otros como villanos o héroes. Debemos aceptar una responsabilidad común, como desafío intelectual y moral. Uno se encuentra muy cómodo con un relato simplista y autocomplaciente en que unos y otros se culpan mutuamente y ocupan el lugar de victima que les satisface. La idea de la reconciliación o al menos de una memoria común estará condenada al fracaso en este clima enrarecido.
Requiere valor de cada parte, ser juzgado con la misma vara que medimos a los otros. Requiere salir del relato heroico del vencedor o del privilegio de la víctima. Nos ayudaría a salir del resentimiento reconocer que si bien no todos somos culpables, si somos responsables de recuperar un sentido de comunidad.

El 73 ha tenido una larga vida porque las víctimas que cobró de manera tan cruel siguen siendo veladas por sus deudos y causando horror en todos que entonces defendieron sus derechos.
No considero ni necesario ni relevante algún tipo de conmemoración convergente. La verdadera conciencia común a construir, es si la democracia representativa es el sistema político que nos permita erradicar la violencia como método de dirimir conflictos y si los Derechos Humanos son universales. Tampoco conmemoramos las revoluciones de los años 1851, 1859, 1891. Porque los actores nunca lo hicieron por ser vencidos o vencedores. Sin embargo la convicción en la democracia y en los Derechos Humanos nunca es suficiente ni jamás está ganado. El 73 es solo memoria o solo contexto histórico,(sería reiterar los términos del conflicto) sería solo pasado. Una seria reflexión histórica y moral sobre lo sucedido es futuro.

Pensando en el 11 de septiembre de 1973 induce a situarse en una circunstancia histórica traumática. 1973 tiene su contexto. El antes y el después generan pasiones entre sus partidarios, con el agravante que el después fue de muchos años y de sucesos atroces. No habrá olvido. Hay un memorial.

Hoy nadie o muy pocos, se atreven a negar la dimensión moral del atropello a los Derechos Humanos, especialmente mientras todavía quedan lagunas de verdad. Desde el punto de vista político, el golpe no tiene todavía densidad histórica. Es memoria.
El golpe militar marcó de tal manera nuestra historia que pienso que el pasado ya no iluminaria el porvenir, quedó como un presente perpetuo.
Durante décadas nos ufanamos de, que Chile era el país de más larga tradición democrática de América latina. Hoy sabemos que no es conveniente apoyarse en mitos y que las certezas pueden ser muy efímeras si no están apoyadas en cimientos sólidos. La convivencia democrática y el evitar la polarización, son desafíos permanentes especialmente en muchas instituciones tradicionales que sufren descrito.

No. No habrá convergencia. Las diferencias continuaran entre quienes tienen memoria. El intento de algunos por dictaminar que se debe decir por el pasado en todos los planos, no hará más que convertir una fea cicatriz en una herida abierta a chorros.



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