SON OTROS LOS POETAS
Escribir, siempre lo intento y no
es cosa que me nazca, siempre va conmigo. No tengo musa, menos
experiencia, soy la lluvia suave y tibieza de septiembre. Nada
permanente, soy una conversación ligera, un cigarro en su cenicero,
una copa de brindis de cristales tan claros, como sereno. Mi
pensamiento vuela y jamás lo contengo. Los he recuperado de entre
los ladrillos de casas abandonadas, y de las calles y sus
contiendas. Y sentado en las aceras en mi país de cuatro letras,
reconozco sus poemas de niños y de tierras. Tal vez sea, socialmente
pendenciero, porque lo que amé con esmero, ahora son recuerdos
archivados en un texto. Soy un te quiero, uno de esos que se pegan a
las cartas con aroma de un beso o como uno de los que tienes en las
manos y luego, lo envías por el viento. Me han puesto riendas los
prejuicios y las herejías de conventos. Soy el que quiere matar el
tiempo y que nadie se pierda en una fosa o incinerario, para que las
letras de sus nombres sean tapices, el abecedario de mi pueblo.
Soy amante de la luna, la misma
que mira su figura en la superficie del agua, la que se pone roja
cuando le recuerdo sus aventuras. Soy un lápiz delgado con mis manos
de analfabeto. Soy un lágrima en un rostro mojado. Soy quien se
cruza de brazos esperando la sonrisa de ese árbol enmarañado. Soy a
quien espera ese cristo de la plaza, a que confiese mis pecados y se
le hace muy larga la espera. No escribo poemas, ni siquiera sencillos
sonetos, son otros los poetas. Jamás me desnudaría el alma por unas
cuantas letras, si no siento lo que escribo. Yo no escribo, solo
converso con mis lápices y mis cuadernos.
A veces y solo a veces recupero esos besos que deje volando en el aire, para que se anidaran en esas sombras que se confundían con tu pelo. Otras veces los rescataba de tus labios y se los depositaba a mi madre, en su corona de blancos cabellos.
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