lunes, 22 de marzo de 2010

QUIEREME, AÚN DESPUES DEL DOLOR.





EN LA AUSENCIA, VOLVEREMOS A ESTAR PRESENTE

Hoy, me pareció ver las gaviotas esquivando las olas y estas, acariciar las arenas de mi costa tan herida y por encima de los dolores la recibía como cada día, con la herencia de lavar sus pies, una y otra vez. Hoy reina en el silencio un sol, anunciando un nuevo día.
Hoy, los niños vuelven a los escombros a buscar las ratas y en las mesas sin patas se equilibra el hambre mientras las flores se sacuden los temblores y sus temores. Buscando el alma entre los escombros encuentro a mi madre que llora con su cacerola magullada y asustada. Hasta las bestias extrañan su paciente hierba a que vuelva desde las entrañas de la tierra. El mar ha recogido sus faldas y a dispuesto los peces a la mesa y al aceite, para redimirse del pecado.
Hoy, los niños vuelven a recoger las sonrisas que se dispersaron el veintisiete de febrero y como si el sol fuera un obrero, se levanta más temprano a recorrer el paisaje desde la cordillera al mar para que nadie sienta el frío y la soledad. Ha pasado la tormenta llevando entre sus brazos los dolores y los horrores de las casas de mi tierra. Volvemos a las faenas de la industria, de la panadería, de la pesca y de la minería. Volvemos adentrarnos en tu cuerpo madre mía, a buscar nuestro pan de cada día. Volvemos a tus aguas en barcarolas golpeadas y asustadas para llenarlas de una pesca milagrosa.
Hoy, los hombres limpian el rostro de tus calles y avenidas, arreglan tus faldas cerrucas y tus costas de enaguas blancas y salinas, para que sonrías en colores de primaveras y en verdes canelos y pinos araucarias.
Como un rito ancestral, te rendimos sacrificio. Te entregamos nuestros hijos, nuestro padre y nuestra madre. Recogiste tus maderos, tus rocas, tus minerales y con tus celos de mujer, derrumbaste miles sueños cobijados en las paredes de mi casa, de la iglesia y del burdel. La luna asombrada vió como te arrastraste a lavar heridas territoriales. La tierra ha dejado de hablar. Está muda de humedad. Volvió la calma, Dios la puso en su lugar. Dios nos ha dado un nuevo tiempo para pensar.
Ayer, al igual que Abraham pediste en sacrificio a su hijo, hoy lo entregamos todo con apenas tiempo para llorar y volvemos a nuestro oficio.
Ayer, al igual que el paciente Job, soportamos con entereza que nos lo quites, pues sabemos de forma consciente, que seremos bendecidos con el doble de lo perdido. La tierra se molesta cada cierto tiempo. Dios la vuelve a su sitio, pues tiene a sus hijos en ella, para que la pueblen de regocijo y glorifiquen Su nombre, de aquí a la eternidad.

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