sábado, 3 de junio de 2017

SON PERSONAS SIMPLES





En el correr de los días, de los meses y los años, he tenido la fortuna de conocer  personas especiales encerradas en sus virtudes y habilidades. Abogados, deportistas destacados, pintores, descendientes de políticos, ceramistas, escultores, personajes humildes, artesanos en madera, greda, piedra, lanas, mimbre, recolectores de basura y aseadores. Todos ellos, dan vida a un mosaico de colores que conforman un país, como acertadamente alguien lo dijo, lleno de contrastes.

Los trabajos y oficios se multiplican en nuestra tierra y como una personalidad retratada en el resultado de su arte, relucen, se destacan, son presencia imposible de ignorar. Estas adoptan casi sin querer, el carácter, el aura, la frescura de su autor. Profesionales y profanos, son personajes especiales a la hora de converger en ideas. Los unos coleccionan trastos o especies de una cualidad inigualable forjada en metales nobles y dispuestos en esqueletos de fina madera olorosa. La platería refleja una silueta luminosa desde su jaula eterna. La mano de artistas se plasma en cuadros de singular colorido y figuras oscurecidas por la edad y las miradas ausentes de los ilusionistas acostumbrados, al ejercicio del iris ocular. Los otros, someten las fibras y la misma tierra se rinde al modelado amoroso de sus manos, una tierna brisa abraza las exposiciones que descansan en los ventanales y conversan en palabras silenciosas con sus paseantes.
Este humilde hacedor, visita las galerías y se deslumbra a cada paso, como en un campo cultivado se desplaza entre virtud y grandeza. De pronto, las viviendas se impregnan en la piel y, aquellas almas vegetales, terracotas y metaloides, cobran vida en las conversaciones y la emoción te lleva a palpar con tus manos toscas, la dulzura del arte escondido.

De las residencias visitadas he salido sorprendido, inquieto e ilusionado con las artes que se apegan en los muros de esas habitaciones para no abandonar su familia, al artista. Cuadros de pintores reconocidos, platería antigua, muebles de exquisita madera y terminaciones, alfombras persas o francesas. Oleos, acuarelas, figuras en bronce, fierro forjado, bibliotecas políglotas atiborradas de literatura, música clásica por montones. En todos estos espacios está la mano de una persona, un espíritu gravitante que te obliga a ordenar, disponer todos los objetos con una mirada diferente, con un poco de clase. En algunos casos, con cierto ángel. Con una mano guiada por el arte. Son artistas escondidos.

Despierta, entre todos ellos, por primera vez en mí ser, una indefinible sensación de quietud y misterio, un pájaro de alas caídas a sus costados. ¿Descansa, se humilla, un saludo reverencial, agoniza?
Una oca, un ganso rendido. Con su cuello como una tarde de otoño, largo y tedioso, sostiene la cabeza con sus ojos cerrados, rendida. No por su recorrido. Tampoco herida. Rendida sí, esperando la mano de la artista a que dé los últimos retoques, para que la cerámica recobre vida. El deseo despierta entre mis dedos toscos y censurados por tocar el cuerpo delicado del ave, me contengo, para que siga durmiendo y despierte solo, por la mano milagrosa del artista.
Al retirarme a mis insensibles labores cotidianas, reconozco mis pecados e inconsciencia. He robado, he robado un poco de delicadeza, un poco de respeto, un poco de tiempo, un poco de conocimiento y libertad. Viajan en mis ojos sorprendidos, esas bellas figuras, verdaderas demostraciones del arte.


                                                                                                                                                                               
  

 

Como si esperara las manos blancas,
la oca posa su letargo para el aprendiz de observador. 
Con la humildad emplumada,
simula su gracia inmaculada.




                                        Tu cuello, loca avecilla
                                        en reverencia sutil,
                                        rinde culto al artista escondido
                                        que pone alma a tu cuerpo
                                        que volará, pese a la arcilla.



En vitrina tu cuerpo lleno de detalles
no se mece como en su laguna.
No se asusta ante los pinceles
No se muere, porque le gusta la luna.


        Extiende sus alas como un abrazo  
        a un niño dulce y travieso
        aceptando las disculpas por el atraso.
        Entonces la mano obrera  te refugia en su regazo
        y con su paleta de colores, te llena de besos.


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