MIS TRES EDADES

Muchas veces
con los pies llenos de ampollas, descanse mi cuerpo sentado a la vera del
camino. Las mochilas se transformaban en parte de nuestro cuerpo y había que
solicitar ayuda para desencajarla de los hombros. Aun así, disfrutábamos a
pleno pulmón nuestras gallardías juveniles. Los esfuerzos realizados no
parecían cansarnos, la falta de algún mendrugo como alimento, lo compensábamos
con la angustia de llegar a nuestro destino. Entre medio del bosque a la orilla
de un río, en la playa llenos de arena, nuestra sonrisa se elevaba como los volantines
de septiembre.
Entre el
gentío y la multitud de carpas por un lado y, las residenciales o piezas de
arriendo por otro, entretejíamos amistades e intercambiamos experiencias y
anécdotas. Siempre en tono alegre y festivo. Pareciera que los jóvenes en esa
edad, son felices y sin mayores preocupaciones. La libertad ciega, el hacer las
horas a nuestro antojo, nos sorprendía a cada rato. Al igual que los pájaros,
nuestro cuerpo se confundía con el aire.
Si
hubiésemos tenido una cámara fotográfica o un celular como los de hoy, se
podrían haber registrado una serie de ruidos históricos y tener testimonio de
los cambios de nuestro mundo tan pequeño. Cambios profundos que nos hicieron
perder nuestra personalidad y nuestra postura ante la llegada de nuestra tercera
edad. Porque los años han pasado por el cuerpo de la tierra y también de forma
inexorable, por nuestra masa muscular. El progreso
se instaló en todas partes y hubo que cederle espacio a las viviendas, al
asfalto de los caminos, a los centros comerciales, etc.
Una vez
encima la edad de la piedra, todos nuestros quehaceres se enfocan en el ondear
de las faldas, los escotes de las blusas y el contonear de los redondeados
glúteos de la féminas. Una vez descubierta la debilidad masculina, se derrumban
los héroes, los días se hacen desmesuradamente largos, llegan los aromas de las
flores del jardín que veinte años atrás no veías. Asistes a misa, te da por
peinarte y andar derecho. Casi eres obediente con tu madre y te da por realizar
trabajos caseros y después salir duchado, te diriges a tu puesto de vigilante
vespertino, frente a la casa, de la que será la receptora de la primera roca,
que edificará la futura familia.
Llama la
atención el cuidado que le dedicas a tu ropa. Los cuellos planchados y abiertos
con cierta línea mostrando la dorada piel pectoral. Después de años, te da por
lustrar los zapatos y revisar tus calzoncillos. Te cuidas de revisar las orejas
y sacar el cerillo con un palo de fósforo. Tu madre agranda los ojos cuando le
sugieres la compra de una colonia, reconoces la peineta y te ofreces ir de
compras. Ensayas sonrisas y saludos a escondidas en el espejo del baño. Tu
camisa debe calzar precisa en los pantalones y acomodas con equilibrada
sutileza, un enardecido y rebelde, vestigio corporal. Resistes esa vergüenza, solo por verla a ella.
Una doncella de faldas largas y descoloridas que sujeta su pelo con unos tiras
blancos a modo cachos. Crees que te sonríe y la esperanza te lleva al cielo.
Caminas por la avenida como si fueras un potro de exhibición, mirando a todos
lados para cruzar la mirada que te hará dormir con los nervios inhiestos, lleno
de tiritones, atacado tu cuerpo por una inexplicable catarsis. Solo cambias
toda esta conducta de insufrible conquistador, por un traspirado y por las confrontaciones
de un partido de fútbol en febles canchas habilitadas isofacto.
Solo en esa
instancia olvidas, las piernas delgadas y el trasero perdido en el vestido
floreado de la ninfa de tus sueños y descalabro.
Todo tu
cuerpo es músculo palpitante. Todos tus sentidos se abren a las funciones
hormonales. La inexperiencia se transforma en aventura en las sombras y tus
labios quedan adoloridos de tanta refriega en esa boca llena gemidos y
queriéndote comer vivo. Sus labios pálidos y los huesos sobresalientes de sus
hombros son una tentación frutal a mi boca. Ella solo deja vencer su cuello y
su pelo es una cascada entre mis manos llenas de ansias que van dejando sus
huellas como flores en la tibia piel de su espalda. Las piernas son el soporte
del peso del universo, y cuando ella decide escabullirse de tus brazos,
tiemblas, como si te hubieran extraído la médula de tus huesos. La ves
alejándose con un contonear más marcado, pareciera. Entonces, solo por
instinto, te vuelves a acomodar el cuerpo, como el guerrero que acomoda su
armadura después de la batalla. La edad de la piedra. Una etapa dura, de verdad
muy dura.
Ahora estoy
disfrutando de la edad del consentimiento. Solo dos cosas por decir antes de
explicar esta etapa de luces difusas.
A) Todo lo que haga o se diga en esta
etapa, es con sentimiento de satisfacción y de mucha, pero mucha sumisión y de
otorgamiento. Las razones pueden no ser tan claras pero puedes evitar una
verdadera guerra familiar si consientes, si otorgas el sí, a los requerimientos
de tu mujer. Si mi amor. Si mi vida. Si mi cielo y dejas a la fiera contenida a
lo menos hasta que vuelva del supermercado o del mall. Luego puedes ver ese
sentimiento de cariño, casi de amor por parte de tu mujer, ausente por años y
que ahora aparece tan fuerte y arraigado que te enternece su actitud. Tanto
amor por lo material, es equivalente con tanto amor por lo carnal. Carnes
rojas, blancas, magras y huesudas, se apilan en el refri. Pareciera no ser
comida algo sin carne. Pero consiento, total, ella no me webea.
B) La sumisión a
esta edad, se asemeja a la guía manual por parte de tu mujer; vamos por aquí.
Que esto es mejor. Te dije que así era. Ahora sí. Ahora no. Y uno dice si a
todo como si fuera de verdad razonable tu mujer. Sumiso, pero en tu interior te
revuelves las tripas la porfía y solo esperas que se equivoque, para sonreír
levemente, porque de reconocer o pedir disculpas….. naaaa. Esta edad sí que es
graciosa. Toda tu vida te esfuerzas por ella, tu familia. Que le falte lo menos
posible y por lo pronto descansar, disfrutar de tu tiempo. Te preparas, te
alistas para proyectos de pareja y aparecen sin consentimiento, tus hijos y sus
hijos y el yerno. Tenemos que apretarnos, olvidar la intimidad, hablar despacio
en la cocina, ducharse repetidamente para pasar la calentura y, con lo que
cuesta levantar las cosas a esta edad, ya sin fuerzas. Recién llegados te
cambian las cosas; el comedor, los sillones, te llenan los rincones con
juguetes y te clavan los nietos todo el día. ¡Y vos lo único que querías era
estar solo para empolvar a tu mujer! Pero ellos llegan con el sentimiento de
preocupación por tu vejez, ¿¡para que tener una casa tan grande vacía!? No
pagan arriendos dicen, y pueden ahorrar, dicen. ¡ja! Es gracioso, ¿sí o no?
De acuerdo
con las estadísticas, hay más viejos que jóvenes. Por sobre todo viejos solos
en casas de reposos o acogidas, donde su vida se hace detestable bajo los
cuidados de personas absolutamente ajenas y falta de afectividad. Ellos hacen
su trabajo, no están para quererlos o mimarlos. Por eso cuando llegue a ser un
estorbo, espero darme cuenta de ello, saldré de paseo hacía algún punto del
país y ahí me quedaré. Si es el desierto, espero pagar mis pecados en ese
infierno abrazador, achicharrado, rostizado, quemado, o ardiendo como el
arbusto que habló con Moisés. Si fuera el sur, congelaré mis sueños en aguas
transparentes y me dejaré engatusar por los cantares de los sirenios o, simplemente
formaré parte de la tripulación del Caleuche. Si así no fuera, me intoxicaré de
curantos y chicha de manzana. Me aumentará desmesuradamente la barriga, y mi
nariz será una perfecta coliflor roja y, con los ojos inyectados de insomnio,
espero convertirme en el nuevo trauco, pero no de los bosques, si no, de los pasajes
fríos y las caletas perdidas en la costa chilota.
La tercera
edad, es como la tercera oportunidad de la vida, para hacer de ella lo que
puedas, total, ciertas responsabilidades ya están resueltas. Debería tomarme el
tiempo para comer tranquilo, salir sin apuros, sin obligación de levantarse
temprano, querer cuando quiera, morir si quisiera. Es la voluntad de los que no
podemos optar por una vida mejor. No todos tienen el privilegio de tener mis hijos,
los que siempre están a tu lado, los que
velan por que no hagas estupideces, los que te corrigen para que no te
lastimes, los que te quieren a pesar de cantidad años que has vivido acumulando
errores, por ciertos todos perdonados, al menos eso creo. En esta edad, la
ciudad se te minoriza, se levantan fronteras, aparecen todas dificultades de
estructuras en escalas, entradas y salidas de edificios y oficinas. Te da por
mirarte la punta de los zapatos y olvidarte de los traseros femeninos. Vuelven
las camisas y los pantalones sobre el ombligo. Escuchas a tus nietos que te
agarran "pal weveo" y te sientan en una silla o mecedora de rincón, con el
propósito de tomar el solcito y al pasar las horas se te calientan las
albóndigas y sin poder darte a entender, te desmayas, pero alcanzas a escuchar el susurro de los demás, ¡no metan
ruido, el tata está durmiendo! ¡Déjenlo descansar! Graciosa tercera edad. Muy
graciosa.
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