CORAZONES PISOTEADOS
Literalmente
nos han pisoteados los corazones. De una o de otra manera, nuestra condición
humana está humillada, se nos robó la dignidad que depositamos desde nuestro
nacimiento, en esas paredes de relieves pasionarios y vitrales coloridos que
mantienen la luz encendida del espíritu que nos dieron a conocer entre ritos y
sacramentos. Donde aquellas manos blancas nos acunaron en sus vestiduras, donde
las suaves palabras acallaban nuestras inquietudes, donde la familia depositaba
sus tesoros; respeto, valores sociales, integridad y por sobre todo, conciencia
de nuestra propia espiritualidad.
Mi propia
experiencia relata injusticias clericales, desde la elección de los monaguillos
a los catequistas. También es sabido que las limosnas, no eran distribuidas a
las familias de escasos recursos, sino más bien, en aquellos que caían en
gracia. Tanto los alimentos, como la ropa distribuida a las Américas, por la
Alianza para el Progreso, tuvieron fines pocos saludables y poco solidarios, al
menos en la comarca de mi niñez. Sin embargo, todo eso es soportable, pues se
realizó la entrega de todas maneras cumpliendo un sano propósito. Crucificar a
todos los “cristos” no tiene razón alguna en estos tiempos. No existe una vía
appia itálica para exponerlos y tampoco existe la Roma dominante.
La historia nos da visiones de la
participación de la iglesia en las cruzadas, la inquisición, la intervención de
los Papa en las guerras, las conquistas territoriales en nombre de la
conversión cristiana, el holocausto judío, la caza de brujas en Salem, los
crímenes en las catedrales, los hijos de Dios en Alemania, Reino Unido, Irlanda.
La evangelización en la América morena. Hoy, en todas partes, las violaciones y
vejámenes sufridos a menores a manos de los clérigos de la Iglesia Católica, es
un crimen sencillamente deleznable. No tolerable por sociedad alguna.
Repudiable
la actitud de los prelados, quienes predican decir la verdad, para obtener el
perdón del Padre Todo Poderoso. Repudiable el accionar del jefe, del
representante de la iglesia chilena Monseñor Ezzatti, quien oculta la conducta
reñida de miembros de su rebaño. Repudiable la masiva participación de
sacerdotes en actos de pedofilia y abusos de menores. Demasiados sacerdotes
practicando sexo con menores con el beneplácito de sus autoridades. Abusando
reiteradamente de aquellos menores desprotegidos, abandonados por la mano de
Dios y puestos en las garras de quienes se dicen hijos del mismo Padre. Cual
cofradía organizada en la oscuridad de la sacristía, tejieron su red cubriendo
la iglesia con lágrimas y gritos de angustia de tiernos infantes. No es ahora
que se descubren estos casos, hay documentos que ya en años anteriores se conocieron casos en Melipilla, Maipú, en
el pequeño Cottolengo, Quilicura y en nuestra capital, Santiago en los años 2002
al 2010. Derivado de la visita del Santo padre a nuestro país, se ventilaron
más casos a luz pública. ¿Cómo nuestra conciencia puede permitir que tantos
abusadores de sotana se concentren en una localidad? ¿Cómo soportamos que
ellos, los abusadores, enjuicien espiritual y conductualmente nuestro accionar
diario?
Pienso en mi
infancia y en el cura de mi pueblo que nos repetía, que nuestro cuerpo era un
templo de adoración y por ello, debíamos cuidarlo con nuestra forma de actuar,
con nuestros hábitos alimenticios, con nuestra manera de hablar y referirnos a
los demás. Un ejemplo comunitario, una bella persona que se ganó con humildad,
con carisma y con su ejemplo humanitario el cariño de toda una comunidad y el
respeto, el reconocimiento de sus superiores eclesiásticos. Hoy por hoy,
nuestra sociedad se confunde fácilmente con el vértigo del pensamiento y del
conocimiento. Con la vergüenza de la corrupción en todas las esferas sociales y
aquellas personas que se entregaron a la consagración espiritual, no estuvieron
ajenas a las debilidades humanas. Pienso en los menores, en aquellas manitas
que se aferran desesperadamente a una tabla de salvación, en niños que ven en
otras personas la protección y el cariño. Pienso en la inocencia de esos
pequeñitos y en el dolor que acumulan después de ser despojados miserablemente
de su único tesoro, su intimidad, su integridad espiritual, su creencia en el
ser humano, aquel que vemos más cercano a Dios en el reino de los cielos. En
aquel que dijo “dejad que los niños venga a mí, porque suyo es el Reino y la
gloria del Padre”.
Tal vez no
sea un pecado de la iglesia. Tal vez no sea un pecado de algunas personas de
una determinada institución. Tal vez, nuestro pecado más grande sea el no
darnos cuenta de estas situaciones, porque somos menos involucrados en todos
los aspectos sociales. Aparentemente damos la sensación de estar informado de
todo debido a las redes sociales, pero adoptamos superficialidad por sobre
temas profundos. Marchamos por casi todas las cuestiones, ponemos un grito en
la calle, levantamos pancartas de colores, descubrimos nuestros pechos y
levantamos nuestros puños al cielo. ¿Cómo si de verdad creyéramos en las
soluciones celestiales? ¿Milagros? Por supuesto que no. Nuestra misión es mucho más loable que todo eso, pero no
tenemos las agallas para remover los pisos de los parlamentarios, de los
sacerdote, de los comerciantes, de los grandes conglomerados, de los pudiente
económicos, de las instituciones depredadoras, de los gobiernos febles. Estamos
como queremos estar. Aceptamos todo lo que venga. En una sociedad corrupta, los
valores sociales tan necesarios para salir de la cloaca, están seguramente
impregnados de aguas sucias, plastificadas y enramadas. Con toda seguridad
todas las aguas van al mismo mar y en ellas viajan nuestros ideales de siempre,
al fondo del océano más profundo y rescatarla desde allí, harán falta no solo
hombres, sino todos los hombres. Ud. También.
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