A MI MESA
En la mesa de mi madre
cabían todos los panes
que el trigo diera
y de esta manera
fuímos varios hermanos
en su mesa.
Cuando no lo hubo
nos comímos a la madre
entre sollozos escondidos.
Y así crecímos
con sus cuidados
y su alimento.
Devoré sus manos
cuando enjugó mis ojos
de llanto dolorido
y su pelo
aún lo conservó
como corona en un cuadro viejo.
Su sangre circula en mi cuerpo
y alimenta a los hijos y los nietos.
Gasté sus pasos
de la huerta a la cocina
y su mesa siempre atenta
a la debilidad y la carestía,
saciaba el hambre
de noche y de día.
La mesa de mi madre
se repletó de trastos
y su madera vieja
se bebió sus días de humo y harina
una mañana
mientras dormía.
La mesa de mi madre
se quedó de píe
sin saber que hacer
esperando satisfacer
esas ansias
de querer
tener de nuevo
a mi madre
en mi mesa
todos los días.
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