martes, 7 de mayo de 2013

¿CALIDAD DE VIDA?

En horario de punta
Transporte colectivo
En espera del metro
Metro en superficie


                    UN DIA EN EL METRO DE SANTIAGO




                  Una de las exigencias básicas para la creación de una ciudad, son a lo menos tres cuestiones de carácter social o mejoras en las que poner atención; las condiciones de aguas para los distintos menesteres llamese de salud, economía y vías de comunicación o acercamiento.Simplemente calles bien organizadas para una ciudad destinada al crecimiento como Santiago.
Una emisora cualquiera, en la mañana comenta la cantidad de tacos en las diversas carreteras para entrar a la capital o dentro de ella y en estos grandes atochamientos vehiculares se incluye el proyecto insigne de todos los gobiernos de turno. El Metro. Soy uno de los usuarios apretujado, empujado, manoseado y trasladado a donde nunca quise llegar.

¡Apestado! Atestado el Metro me lleva a la estación sin saber con quién me encontraré. ¡Somos miles! Mi estatura no permite que mis brazos lleguen a ninguna parte y quedo petrificado entre medio de las gordas y sus enormes traseros. No me atrevo a mover entre las blandas carnes de mis compañeras. Vuelvo la mirada al interior del vagón y las cabezas inclinadas se alinean digitando los teléfonos, demostrando la habilidad en un juego o mensajes de texto. Otros seleccionan temas musicales al ritmo de sus píes y cabeza. Esto es lo que es; ¡Pasajeros sin cabeza ni píes! Muchos, a pesar de la estrechez, dormitan con la boca abierta y adivinan la próxima estación. Bajarse da lo mismo, te llevan agarrado de sus mochilas puteando la razón. Las señoras reaccionan mirando a quién las saludó, con las manos perdidas muy cerca del interior. Las niñas leen el best seller y sonríen cómplices de las cincuenta sombras. Se arreglan el pelo y suspiran, como si fueran protagonista de la página cincuenta.

              Me saco la cresta en el trabajo y cedo mi asiento a cualquier señora. Me mira y, su sonrisa tonta me permite el arrepentimiento. ¡Somos miles! Los que vamos al mismo lado, no nos presentamos, ni no nos saludamos. Apenas nos apretamos a los vaivenes del metro para enderezarnos. ¡Próxima estación! ¡El Golf! Se abre la puerta y otros miles practican la obstrucción. ¡Me rajaron la mochila! ¡Están roando! Estrujado al ventanal, miro al guardia y su radio tan inútil como un mitón para el celular. ¡Guardia maricón! Pienso. Si la suerte me acompaña, me bajo en la próxima estación.

              Santiago, la capital siempre está modificando y ampliando las vías de locomoción colectiva para prestar mejor servicio y mejor calidad de vida a la población. Sin embargo, nada de esto acontece pues las avenidas siguen atestadas de vehículos y el metro a ciertas horas, simplemente no da abasto, ni soluciona los problemas de las miles de personas que utilizan estos servicios. Así pueden ver pasajeros molestos por los horarios, por llegar atrasado a su trabajo, por la constante de los robos y el infaltable abusador de la anatomía femenina. Tal situación colabora con las enfermedades de origen nervioso. Estrés, cansancio prematuro, ausencia laboral, ulceras y quizás cuantas otras derivadas de las molestias de este servicio. La incomprensión de ciertas situaciones se suma a la insensibilidad del mundo social que solo quiere rendimiento y dividendos sin prestar atención a las grandes problemáticas de los individuos.  Muchos son los proyectos que cuestionan y amenazan la habitual forma de vida de las personas, están siendo rechazados por la comunidad, pues el impacto ambiental sería tan feroz que me atrevería a vaticinar, un desastre del cual no podríamos escapar en cinco o tal vez cincuenta generaciones más. A lo mejor lo estas pensando en forma globalizada, total es Santiago, pero...has pensado cuantas veces nos han advertido, no del metro, si no de las condiciones ambientales de nuestra localidad. Da que pensar verdad. Bien, existen varios “metros” más chico que Santiago, en todos los rincones de mi patria, pero de acuerdo a los grados de contaminación que fomentan ciertas empresas, deberíamos pensar si nos conviene tener una mejor comunidad, un mejor pasar, o pasearnos por calles pestilentes o habituarnos a las enfermedades derivadas de aguas contaminadas. Calidad de vida no es sinónimo de mayor poder económico, si no más bien, mejores condiciones ambientales, permanentes y mejores situaciones sociales en las que todos podamos participar y disfrutar. A no olvidar, tu localidad no es el Metro, es tú lugar de vida y el de tus futuras generaciones.
* Lo siento, dejo de escribir, me dejó el Metro.

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