domingo, 7 de agosto de 2016

¿Que piensan los intelectuales en nuestro país?

 ¿QUE APORTAN LOS INTELECTUALES?
                                                                              


Cabe preguntarse; Por cuanto tiempo continuaremos” exaltando algunas de las más aborrecibles cualidades humanas a la categoría de las más elevadas virtudes”,….

 








Luis Muñoz C.
http://lontueypoetas.blogspot.cl/


E
stá claro que los adultos vivimos preocupados de múltiples cosas, pero convengamos que estas preocupaciones, son más bien de carácter individual, es decir; su trabajo, la salud de la familia, la economía mensual, los estudios de los hijos, la recreación, la alimentación, la vestimenta y otras cosas. El carácter colectivo, la integración social, el bien común, el compromiso cívico, está en menor escala en nuestro consciente. Podrán como de costumbre, criticar, opinar de forma divergente, menospreciar, soslayar, ser indiferente, quizás indicar difusa o abiertamente, un carácter de resentimiento social. Nada de eso, si mucho de lo otro. ¿Qué es lo otro? Preguntarse qué hacen los que de verdad pueden revertir ciertos procesos sociales. Y me refiero a instituciones y a personas involucradas a forzar un cambio natural y ansiado en el colectivo nacional. ¿Qué es lo que hacen?
Con la pérdida de las estructuras que daban forma a un poblado, también se han perdido valores esenciales en las personas. A unos la apatía los tiene desterrados a su ego y, a otros, el poder los tienen en la inconciencia propia, que nos dan las alturas. Nuestro medio ambiente se deteriora en la misma medida que crece la arrogancia humana y el poder de usurparlo de todo y, por lo tanto, puedes hacer con ello lo que quieras. Eso a nivel local. En el ámbito nacional, los estamentos gubernamentales, el gobierno mismo, no es capaz de imponer por sobre aquellas personas los derechos fundamentales de una sociedad cansada de abusos y necesitada de los espacios básicos para su desarrollo. Así mismo, las políticas en educación no apuntan de forma directa el problema de la calidad y las asesorías, carecen de la intelectualidad necesaria.     
Nadie puede proponer seriamente que las escuelas intenten tratar con acontecimientos contemporáneos como los dineros desviados de la Ley Reservada del Cobre en las unidades militares o los antecedentes en la historia reciente de las atrocidades detalladas en los medios de comunicación de masas (caso Cheyre, gendarmería, Sistema AFP). Nadie que estuviera en su sano juicio podría esperar que las escuelas de nuestro país por ejemplo, examinaran el carácter y la justificación de la guerra de boletas de SOQUIMICH, o que las escuelas trataran honestamente el aplastamiento de los recursos naturales a lo largo de nuestro país, que las escuelas analizaran de manera objetiva la invasión de los inmigrantes o que las escuelas denunciaran la represión por salir a la calle en demanda de lo mismo que ostentan los demás, es decir, del derecho a opinar y ser consultado por lo que tendrá en el futuro, mediante una carta fundamental.
Pero acaso no sea ridículo proponer que las escuelas puedan orientarse a sí mismas hacia algo más abstracto; que intenten proporcionar a los estudiantes algún medio para defenderse del asalto del aparato de propaganda masiva gubernamental – de la tendencia natural de los medios de comunicación y – la tendencia igualmente natural de importantes sectores de la comunidad intelectual a ofrecer su apoyo no ya a la verdad y a la justicia, sino  al poder y al ejercicio efectivo del poder.
Resulta aterrador observar la relativa indiferencia de los intelectuales frente a las acciones inmediatas de su gobierno y frente a su política de largo plazo, y también su frecuente disposición – y a menudo afán – por desempeñar un papel en la puesta en práctica de esa política.
Tradicionalmente, el papel del intelectual, o al menos de la imagen que este se hace de sí mismo, ha sido de un crítico desapasionado. En la medida que este  papel se ha perdido, la reacción de las escuelas frente a los intelectuales debe ser, en realidad, de defensa propia.
Las escuelas o los intelectuales también pueden preguntarse cómo cambiar esto. Pueden preguntarse, por cuanto tiempo continuaremos “exaltando algunas de las más aborrecibles cualidades humanas a la categoría de las más elevadas virtudes”, convirtiendo “la avaricia, el logro y la caución…en dioses nuestros”, y pretendiendo que “lo limpio es sucio y lo sucio es limpio, pero lo sucio es útil y lo limpio no”. Si los intelectuales se preocuparan por cuestiones como estas podrían tener una influencia civilizadora de valor incalculable sobre la sociedad y las escuelas. Si, como parece más fácil, las consideran desdeñosamente, como si se tratara de un disparate sentimental, entonces nuestros hijos tendrán que buscar en otra parte (cosa que ya están haciendo) ilustración y guía.
¿En qué páginas encontramos nuestro lugar, nosotros que hemos contemplado en silencio y con apatía como esta catástrofe cobraban forma en los últimos años? Solamente los más insensibles pueden eludir estas cuestiones.
La responsabilidad de los intelectuales consiste en decir la verdad y en denunciar la mentira. Sin embargo, hay una diferencia sustancial entre la crítica responsable, por una parte, y la crítica sentimental, emocional o histérica, por otra parte. Los críticos histéricos se caracterizan, por su irracional negativa a aceptar un axioma político fundamental, poder y dominio sin límite alguno. La crítica responsable no discute esta suposición, sino que más bien, argumente que probablemente no podremos ponerla en práctica en un momento o lugar determinado. Es hora de cambiar. Definitivamente.





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