¡HAY AMÉRICA!
El viejo mundo se despierta de su letargo y a grandes zancadas construye su talento ambicioso. El nuevo mundo despierta con los pies encadenados y sin darse cuenta a rastras destriparon su vientre terrestre.
Ahora, enfermos de esperanzas, el viejo mundo nos devuelve las migajas.
Cuando sus ojos morenos se
abrieron al horizonte dejaron de lado el canto de las aves del paraíso, el
dulzor de los vegetales y silbido alucinante de las fieras de su jardín. Sus
labios gruesos quedaron en una mueca extraña ante los blasones de España. Su
tatuada piel se trocó en heridas sangrantes de impotencia ante el abandono de
sus dioses. Sus mujeres volvieron a humedecer sus mejillas y a resistirse de parir
dolores. Sus costas de azules aguas se tiñeron de banderas y la cálida arena
despertó sobresaltada en su día de playa.
Figuras extrañas, alimañas
inciertas nacieron de entre las ramas con garras enormes y extensiones de fuego
entre las manos. Despojaron el útero de la tierra y sus tesoros se incrustaron
para siempre en sus ojos plateados. Desnutrida la América se tambaleaba y con
sus mismas tripas se estrangulaba. La selva extraña se retrae hacia los montes
y la misma fiera se revela ante la muerte. Un estruendo sacudió el planeta y se
alertaron los corazones de las vacilantes conciencias a cientos de años, aún
están las heridas abiertas.
¡Hay América!
Tambalean sus pasos sobre la
arena húmeda mientras los desgraciados nubarrones se asoman por entre la maleza
sangrienta. La misma selva no entiende como a través de su virginal mirada le
han arrebatado el verdor de la libertad. Las fieras no son nada comparadas con
las extrañas bestias que se apoyan de los gobiernos en tronos de lejanas
tierras. Sus naves destempladas atestadas de trapos y máscaras conocidas se
preparan para deshojar las flores más tiernas de las nativas. Por entre las
lianas se desprenden como colgajos las miradas incrédulas de los que sobrevivieron.
Los mañanas son inciertos hasta para las piedras y las aguas otrora tan
revueltas solo lavan los cuerpos de las voces, de las palabras que se dicen
despreciando la sinceridad. La inocencia pisoteada se revela como arcoíris sobre
la brizna de la madrugada. Relucen los brazos fuertes con sus músculos en
ristre. La mandíbula batiente se enmudece y ya no entona melodías de sus
ancestros solo miran los restos de sus suelos como languidecen bajo las botas
de los bucaneros.
¡Hay américa!
Como te has desprendido de tu
gente, como has sobrevivido, como añoras el colorido de tus aves y el sonido de
tus animales. Como te has mantenido de pie cuando te han desgarrado la piel por
la espalda y aun cuando sangras tu dolor es menos cuando piensas en tus dioses
naturales que soportan los hedores de una cruel visita embarcada enarbolando
sus estandartes. ¿Quién les ha dado fuerza ante nuestro continente sagrado?
¿Acaso estamos en el abandono y no nos hemos dado cuenta? Perdiendo a diario
nuestra identidad morena la mezcla es inevitable como tan inevitable será la
muerte de los mitos y leyendas que sostienen nuestro pueblo amerindio. Aquellos
dioses en la tierra que se multiplicados fueron mutilados por los hábitos de
cuentas y los crucifijos, adoptamos el cristianismo de aquellos que lo
prendieron a un madero.
¡Sabe Dios qué están haciendo!
Vagando entre atmósferas
desconocidas se desprendió la lengua, destrozados los huesos de pies y manos
sucumbieron las edificaciones y las jerarquías se esclavizaron en gubernaturas
de libros vanos. Dicen ser hermanos, que somos iguales, que la misma tierra nos
cobija, que Inti nos entrega energía y la Pachamama nos regala el sustento. Las
mentiras son como el viento, frías, despiadadas como el oro en las gargantas
que destruyó al Inca Atahualpa. Hoy
recojo las ruinas de los antepasados diseminadas en vitrinas de una América
morena muy parecida al paraíso, que es la última promesa que nos queda.
Una visión crítica de la cruzada de España por el Continente Americano que se suma a otras más descarnadas por historiadores reconocidos.
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