miércoles, 15 de julio de 2020

CICLOS DE PERMANENCIA EN EL TIEMPO








COMO VAMOS CRECIENDO





Una de las consecuencias de haber nacido, es la vejez. Sin embargo, las situaciones o los instantes de los cuales participas te conviertes en hombre. Con la edad vienen los hijos, los nietos que conforman una familia y después de tanto tiempo, la familia, lo es todo.                                                     



La extensión de tus aspiraciones se transforman en música como expresión de alegría, de regocijo. Tus ídolos, tus referentes se hacen tangibles como los dolores y las ausencias. Por ellos te fortaleces y también debilitan  tus recuerdos de infancia. Por ellos sucumbes a las imágenes amarillas de las  fotografías. El tiempo se encarga de ello.   



La energía desperdigada en perseguir las olas de la mar, las aguas cristalinas que se recrean en la cordillera, se refugian en los abrazos cálidos de tu compañera. En las caricias a montones que se escapan de sus gestos y palabras. En la calidez de su compañía permanente.                                   



Sumergido en las aguas de una sociedad en progreso, dilatamos nuestro quehacer en      construir núcleos familiares sólidos,              permanentes, con pilares afectuosos por lo  nuestro. No descartamos los aromas de otras latitudes, de otras situaciones, de otras geografías. Todas nos parecen cercanas y nuestras.                                    










Después de acabar con nuestros zapatos, deambulando por los recuerdos y las experiencias vividas, nos sentamos en la arena tranquila a repasar lo escrito en tantas páginas de nuestras biografía. Es cierto, cambiamos, pero, la hermosura, lo maravilloso de estos cambios no está en las estructuras que hemos construidos, ni en los testimonios que se han quedado dormidos en pos de su descubrimiento. Lo que resplandece en definitiva, es el amor que hemos plantado en el crecimiento de nuestros hijos, de nuestros nietos y los padres que se integraron a este árbol familiar. La vida, con todas sus jorobas, vale la pena vivirla.



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